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viernes, 20 de diciembre de 2013
¿Recuerdas?
He estado pensando en cómo eran las cosas antaño. ¿Recuerdas? ¿No te duele pensar en ello? O por el contrario, ¿sonríes al recordarlo? ¿Sabes al menos que sigo existiendo? ¿Alguna vez piensas en mí como yo suelo hacerlo en ti?
martes, 19 de noviembre de 2013
Algún día.
Sí, algún día.
lunes, 18 de noviembre de 2013
domingo, 27 de octubre de 2013
"¿Qué es poesía? Poesía... eres tú."
domingo, 20 de octubre de 2013
Duele no poder abrazarte, no poder darte un beso de buenas noches.
Duele el no preguntarte cómo estás todos los días, que no sea como antes.
Duele que todo sea tan injusto y que quien esté ahí arriba me lo arrebate todo, ajeno a lo que siento o dejo de sentir, a si tengo sentimientos.
(Claro que tengo, pero a veces me gustaría no tenerlos.)
lunes, 14 de octubre de 2013
Frío.
sábado, 12 de octubre de 2013
Y cuando cae la noche.
Y entonces es cuando viene el llanto contenido. Porque me niego a llorar, porque lo evito. Porque eso no cambia nada, no soluciono nada en absoluto. Y quiero seguir llorando. Y me tiemblan los labios, los ojos, las manos. Todo se está derrumbando, ya ni me reconozco.
miércoles, 2 de octubre de 2013
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Por última vez.
¿Por qué? ¿Qué he hecho?
Me he caído y por fin me he levantado.
No volveréis a hacerme esto. Nunca más.
Al fin he salido de este agujero oscuro.
¿Me ves? Sigo aquí.
Por última vez me veréis triste.
¿Me oyes? Nunca más.
martes, 24 de septiembre de 2013
Hasta pronto (ojalá).
Ahora que te has ido sólo puedo pensar en cuánto te echo de menos. Duele, de verdad, duele mucho.
domingo, 22 de septiembre de 2013
Nunca me gustaste, pero, como casi todas las personas que han pasado por mi vida, me has enseñado algo. Me he dado cuenta de que estaba ciega y tampoco quería dejar de estarlo. Tenía una venda sobre los ojos y tú me la quitaste de un tirón, sin importarte si me hacías daño o no, y en parte te lo agradezco.
Gracias por hacer que me diera cuenta de que las historias que leía de pequeña en mis libros eran mentira. No existe ese tal príncipe azul que te salve cuando el malo, que podrías ser tú misma, consiga hacerte caer.
Gracias por haber hecho que descubriera la verdad. El exterior, eso es lo que les importa. No ven nada más. Somos personas vacías porque ellos nos hacen serlo, nos hacen pensar que vale todo con tal de ser guapa y delgada. Dejamos de ser nosotros mismos por vosotros.
Gracias por haber hecho que mi estado de ánimo cambie a uno más acorde con la situación. Debo estar triste, nada de esto merece la pena. Así lo dicen ellos.
Gracias por haberme insultado y haber hecho que me valorara lo mínimo. Era ese tu propósito, ¿verdad? Reírte mientras yo me preocupaba por lo que los demás pensaran. Por si me miraban mal. Por si se mofaban de mí por gustarme o hacer tal cosa. Pues lo he dejado de hacer. Todo. Por ti.
Gracias por insultarme por cosas que yo creía que eran buenas. Por hacer que me dieran ganas de ser invisible para que nadie se diera cuenta de lo fea que era o lo gorda que estaba. Dios, ya casi no puedo ni salir a la calle.
Gracias por haber hecho que tenga que mirarme en el espejo tropecientas veces antes de salir para asegurarme de que no vaya demasiado horrible. Alguien me podría ver, ¿no?
Gracias por hacerme despreciar las cosas en las que creía. Qué equivocada estaba. Tú tienes razón.
Gracias por humillarme para que ellos se rieran. Me has hecho darme cuenta de que, a la hora de la verdad, sólo sé llorar. Unos lo llamaran sensibilidad. Yo lo llamo cobardía.
Gracias por haber hecho que me haya dado cuenta de todo lo malo que hay en mí.
Gracias, de verdad, por todo y más.
Capítulo 2.
Los árboles habían dado paso a una ciudad en miniatura. Dos edificios estaban a la cabeza y los coches corrían como locos de un lado para otro. Una churrería se encontraba justo en frente de mí y, al lado, una peluquería. Anduve por la acera unas cuantas calles hasta llegar a un parque. Atravesé la verja y el olor a pinos llenó mis fosas nasales. "Bonito", pensé boquiabierta. Las flores se encontraban por doquier, llenando mi visión de preciosos colores. Me dirigí hacia un banco y me senté. ¿Qué podía hacer durante todo ese tiempo? Fruncí el ceño preguntándome cómo me podía haber hecho aquello mi madre. La iba a asesinar.
Observé cómo la gente iba de un lado para otro durante un rato, unos de la mano y algunos abrazados. Una mujer estaba jugando con su hijo y otra balanceaba a la suya en el columpio. Nadie me miraba y me sentía sola. No quería estar allí. De pronto, sentí unas ganas irremediables de llorar, pero, como había aprendido a hacer hacía ya mucho tiempo, me las tragué y di un respingo al escuchar que alguien me llamaba.
—¡Por fin! —Jorge apareció en mi campo de visión. Con la mandíbula apretada (¿No sabía poner otra cara?) y su penetrante mirada gris estaba puesta en mí—. Te tomas las cosas al pie de la letra, ¿no? —me espetó, y yo le miré desde mi altura. Me interrumpió con un gruñido cuando fui a contestarle—: Era broma. ¿No sabes lo que es una broma? ¿Para qué coño te has ido corriendo?
Abrí la boca, ojiplática. ¿Me estaba regañando? Me levanté del banco y le miré, ahora furiosa.
—Deja de gritar. ¿Cómo quieres que capte tus supuestas bromas si siempre estás de cachondeo? —Su ceño se hizo más pronunciado y esta vez fui yo la que le cortó antes de terminar de decir lo que fuera que pensara—. Este rato ha sido mil veces mejor que todos los minutos que he estado contigo, así que vete a la mierda y déjame en paz. Sé volver sola, no soy estúpida.
—Pues nadie lo diría.
Ofendida, me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta. ¡Sería gilipollas!
Noté sus pisadas detrás de mí apenas avancé un par de metros, pero no me giré. Fui directa hasta el bosque por el que había entrado y me senté al pie de un árbol. Él me siguió.
—Fuera —mascullé mirando la hierba que estaba por todas partes.
—Me parece que no. —Levanté la mirada hacia él y le vi sonreír. "Éste tiene un serio problema", pensé—. Nos podemos ir si quieres.
—No me quiero ir, quiero que te vayas tú. Es simple. Sencillo. Claro. ¿Lo entiendes ya?
—¿No te caigo bien? —me preguntó soltando un bufido mientras se sentaba a mi lado. Puse los ojos en blanco—. Pero si todo el mundo me adora.
Me mordí el labio para, muy a mi pesar, no sonreír.
—Debe ser por tu fantástico sentido del humor, sí.
Él rió y se levantó.
—Ya, bueno, ¿nos vamos?
Necesitaba mi cama. Necesitaba un libro. Necesitaba dejar de existir. Necesitaba a mis amigos. Necesitaba irme.
Al final me puse en pie también.
—Por favor.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
Impotencia.
Y eso no cambia absolutamente nada.
Tú sigues sufriendo.
Y yo contigo.
sábado, 14 de septiembre de 2013
Lo ha conseguido.
jueves, 12 de septiembre de 2013
Bueno, tal vez sea así y vosotros me conozcáis mejor que yo misma. De todas formas, gracias por hacerme sentir la mayor mierda del planeta.
Ya ni me recuerdas.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Ya no estaba y tampoco volvería.
"Lo siento. El dolor ha podido conmigo y me he ido. Me dijeron que era fácil y... Dios, lo que quería creerles. Pero no pude. No sé si fue pasarlo tan mal lo que me lo impidió, pero hace mucho que no consigo poner una sonrisa que no sea falsa, algo que demuestre que me gusta vivir, que lo disfruto.
Nunca os lo he dicho, pero me han insultado. De hecho, si no me hubiera ido, me habrían insultado hoy también. Porque nunca seré lo suficientemente buena. Ni guapa. Ni delgada. Nada, eso es lo que soy, eso es lo que siento. Ya ni recuerdo la última vez que recibí palabras alentadoras que me ayudaran a seguir, a levantarme. Sólo recuerdo el oscuro agujero en el que estoy metida y del que no consigo salir. Lo difícil que se me hace no querer perderme y que no me recuerde nadie, porque a veces también noto que ya ni os importo.
Os preocupáis por mi lo justo, los estudios, que coma. Pero yo no quiero comer y tampoco tengo fuerzas para estudiar. Quiero dormir para siempre, que nadie me despierte.
Odio el instituto, la gente que hay en él. Sus caras que me sonríen burlonas, sus bocas que sueltan palabras feas dirigidas hacia mi persona. No lo aguanto. No sé si lo recuerdas, pero te pedí ayuda. A ti y a él. Y dijisteis que exageraba. Ahora que no estoy, espero que lo entendáis. No es vuestra culpa, es la mía por creer cosas que no eran, que todo es pan comido. Aunque no lo sea.
Nunca te he dejado verlos, pero tengo cortes en las muñecas. Cojo la cuchilla cuando no aguanto lo que me grita la cabeza, lo que me pide que haga. Y por última vez la escucharé y no le haré caso. Tal vez tú seas feliz, pero yo no.
He vomitado. He sentido cómo la comida subía y después no he podido sino echarme a llorar por lo que estaba haciendo, porque siento que no me lo merezco, pero ellos me hacen pensar que sí. Me voy de este mundo como vine: llorando. Siento que la tinta se haya corrido, pero me ha entrado miedo de lo que vendrá a continuación. Miedo de si volveré a sufrir. Siento haber sido tan mala hija y el monstruo más horrible que hayáis conocido."
Las lágrimas corrían por sus mejillas al darse de cuenta de que ya no estaba, de que no volvería.
Gritos silenciosos.
lunes, 9 de septiembre de 2013
Me he rendido.
sábado, 7 de septiembre de 2013
Capítulo 1.
Me esforcé por mentalizarme mientras metía las pocas cosas que me pertenecían, que eran sólo mías y no enseñaba a nadie, en cajas. "Raquel me regaló esto", me recordé a mí misma cuando cerré con celo la caja en la que iba un diario que hacía empezado hacía años en el que sólo escribía chorradas. Tiempo atrás, comenzaba con un "Querido diario: hoy me ha pasado algo genial", pero a medida que crecía lo que escribía iba siendo más deprimente, así que lo dejé, como hacía con casi todo lo demás.
Nunca me había mudado, pero la idea empezó a aterrorizarme. Sitio nuevo, casa nueva, gente nueva. La última parte era la que más me asustaba. Podríamos decir que yo era lo que mi familia llamaba antisocial. No era que no me gustara la gente, pero yo tenía mi círculo de amigos y no se me daba bien tratar con gente que estuviera fuera de éste.
Carlos entró corriendo en mi habitación mientras yo me levantaba para ir en busca de más cosas. Tenía el ceño fruncido y los brazos en la cadera como hacía cuando estaba enfadado.
—Mamá ha dicho que nos vamos mañana —masculló mirándome fijamente desde la altura de mi estómago. Abrí los ojos desmesuradamente.
—¿QUÉ? —No pretendía gritar, pero el tiempo se me estaba echando encima y no lo soportaba. ¿Mañana? Pensaba que sería más tarde.
Carlos salió corriendo hacia el salón y yo me quedé sola, paralizada.
Nos mudábamos a Santa Tricina, a cientos de kilómetros de allí. Había visto fotos y debía reconocer que, muy a mi pesar, era bonita. Nuestra casa era de dos plantas y tenía un jardín enorme con columpios. En Monte Perdido vivíamos en un piso, así que irnos allí suponía toda una diferencia.
Olvidándome de lo que estaba haciendo, corrí en busca de mi madre. La encontré en la cocina guardando comida en una bolsa. Cuando entré levantó la cabeza y me miró sorprendida por mi nerviosismo. Irnos mañana significaba no poder despedirme, marcharme sin que nadie se diera cuenta.
—¿Mañana? —casi gruñí—. ¿Nos vamos mañana?
Mi madre frunció los labios al entender qué me ocurría. Se levantó lentamente y caminó despacio hacia mí.
—Sí. —Y, antes de que pudiera contestarla, añadió—: Han sido los del trabajo, han adelantado el traslado y tu padre tiene que estar allí mañana mismo. —Me miró sin mostrar ninguna emoción—. Lo siento.
Me marché porque sabía que no podía hacer nada. Mis padres estaban teniendo una crisis y si para estar juntos teníamos que mudarnos, lo haríamos. La familia unida, solía decir mi padre.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano. El sol aún no calentaba cuando dejamos atrás lo que yo antes llamaba "hogar". Mi padre no cesaba en su intento por que nos emocionáramos por la nueva casa. Cuando, después de cuatro horas de viaje, aparcamos delante de ésta y bajamos las maletas, pues el camión de la mudanza llevaba las cajas, miré furibunda a mi padre y él bufó.
—Te va a gustar, lo sé —dijo andando hacia la gran casa que se extendía ante nosotros.
—Seguro... —murmuré por lo bajo.
Dos horas más tarde la casa estaba limpia y las maletas en nuestras respectivas habitaciones. La mía era la segunda más grande, en el lado este de la casa. Mi balcón daba a la casa de al lado (exactamente igual a la nuestra) y la cama que habían dejado era de matrimonio. Me tumbé sobre ella y miré el techo. Mi padre se había ido a hacer una excursión a su nueva oficina y mi madre y mi hermano estaban comprando, así que estaba sola. Lamenté de inmediato no haber ido: la casa me daba miedo. "Ojalá tuviese un perro o algo", pensé compungida. Me levanté y corrí hacia el jardín trasero. Fuera el sol de junio me calentaba la piel y corría una pequeña brisa que me movían los mechones que se me habían salido de la coleta. Me dirigí hacia los columpios y me senté. Comencé a moverme cuando escuché un sonido cerca de mí. Paré de balancearme y observé mi alrededor; la puerta estaba abierta, como yo la había dejado, al igual que las ventanas. ¿Me estaba imaginando cosas? Pero cuando vi aparecer a una figura alta por el rabillo de mi ojo, no pude evitar gritar.
—¡Eh, tranquila! —oí que decía una voz grave mientras yo entraba en pánico y buscaba con la mirada alguna puerta por la que escapar. "¡Violadores! ¡Asesinos!", grité en mi interior, y me sentí estúpida al darme la vuelta y encontrarme con un chico y una mujer que supuse que era madre de éste. Noté como me ruborizaba por mi para nada acertada reacción—. Te dije que no era buena idea venir a saludarlos. Ésta parece loca —masculló el chico a la mujer. Yo fruncí el ceño. ¿Lo había dicho a sabiendas de que le iba a escuchar? "Capullo."
La mujer avanzó unos pasos hacia mí después de echarle una mirada recriminatoria a su hijo.
—Hola. Sois los nuevos vecinos, ¿verdad? —Asentí sin atreverme a hablar después de haber hecho el idiota—. Bueno, me llamo Rosa y éste —señaló a su hijo con el ceño fruncido— es Jorge. Hemos venido a saludaros. Hacía años que no había gente nueva aquí. —Me sonrió y yo hice un esfuerzo por no salir corriendo. ¿Desde cuándo la gente venía a saludar a sus vecinos? "Muy de campo", me dije.
—Patri —le contesté con una pequeña sonrisa, y ella ensanchó la suya.
—Y ¿están tus padres? —preguntó mirando hacia la casa. Inconscientemente, aún sabiendo la respuesta, miré en la misma dirección.
—No —dije—, pero si queréis entrar a esperar... —Algo me decía que no les dejara pasar, pero no hice caso. La mujer era de mis estatura y tenía el pelo castaño y corto. Me miró con sus ojos verdes y me ablandé un poco. Con un hijo como el que tenía, lo menos que podía hacer era invitarla a entrar.
El chico entró con el ceño fruncido mientras su madre murmuraba algo que no llegué a oír. Les hice pasar al salón y miré a cualquier parte menos a ellos. Los de la mudanza traerían todo al día siguiente y sólo había un triste sillón diván para que utilizáramos hasta mañana. Levanté la mirada y pillé al hijo mirándome. Me sacaba por lo menos una cabeza. Tenía el mismo color de pelo que su madre, pero sus ojos eran grises. Fruncí el ceño cuando apretó la mandíbula y miró hacia otro lado. "Dios, qué guapo", pensé muy a mi pesar. "La estupidez le quita belleza", me tuve que recordar a mí misma.
—Los muebles los traen mañana. —No sé por qué dije eso, pero lo dije. Cuando estaba nerviosa siempre decía tonterías.
Rosa alejó la mirada de las paredes y me miró sonriente.
—Os habéis mudado hoy, ¿verdad?
—Sí —su hijo me estaba mirando otra vez, así que me centré en ella—, necesitaban que mi padre estuviese aquí hoy mismo —dije citando las palabras de mi madre.
—Oh, ¿os habéis mudado aquí por el trabajo de tu padre? —preguntó. "Maruja", no pude evitar pensar.
—Sí. Trabaja en una empresa de ventas de no sé qué y le han dicho que si no se mudaba le tendrían que echar. —¿Por qué estaba diciendo eso? ¿Por qué nadie me paraba? Si antes parecía estúpida, ahora creerían que era imbécil.
Rosa se rió.
—¿No sabes en qué trabaja tu padre? —Noté cómo me ruborizaba y miré hacia otro lado. "¡Dios" ¿Por qué soy tan idiota?"—. Y ¿sabes ya a qué instituto vas a ir?
—No, aún no —contesté haciendo un esfuerzo por mirarla, aún notando la mirada de su hijo encima—. Cuando la casa esté lista arreglaremos eso.
—Claro, claro. —Asintió despacio.
Podría decir que esos fueron los diez minutos más largos de mi vida, que fue lo que tardaron mi madre y Carlos en volver. Rosa se pasó el resto del tiempo hablando en voz baja con su hijo, dejando por fallidos sus intentos por entablar conversación conmigo. Presenté a mi madre a Rosa y viceversa y subí a mi cuarto con las excusa de que iba a buscar algo. Llevaba dos minutos tumbada en la cama con la puerta entreabierta cuando escuché unos pasos cerca de ésta. Levanté la cabeza y ahí estaba el idiota de turno. Le echó una mirada despectiva a mi cuarto y por último la posó en mí. Yo fruncí el ceño y me incorporé para hacerle frente.
—¿Qué? —le espeté.
Él se irguió y yo me levanté de la cama.
—¿No estabas buscando algo? —preguntó en tono burlón, y yo fruncí los labios.
—Sí.
Silencio.
—Y ¿bien? ¿Qué estabas buscando? —preguntó todavía en la entrada.
—¿A ti qué te importa? —Le acababa de conocer y ya me caía mal. "Genial, como toda la gente de aquí sea igual lo llevo claro."
—¿A mí? —masculló soltando un bufido—. Nada, pero mi madre insiste en que te enseñe todo esto y como tu madre está de acuerdo, no tengo escapatoria. —Me mostró una sonrisa torcida—. Vamos, ermitaña, tienes que salir.
—Pero ¿tú eres...?
No me oyó, ya había bajado escaleras abajo y por la rapidez de sus zancadas apostaba a que ya estaba en el salón de nuevo.
lunes, 2 de septiembre de 2013
Déjame marchar, por favor.
Lo ha vuelto a sentir.
Y, de nuevo, ahí dentro, lo ha vuelto a sentir.
domingo, 25 de agosto de 2013
Noté cómo el pecho subía y bajaba mientras mi respiración se aceleraba por el inminente llanto que vendría en aquel momento. No podía volver, pensé agarrándome el pelo y apretando los dientes. Cogí la almohada, me la coloqué en la boca y grité con todas mis fuerzas.
Es entonces cuando me vino a la mente un maldito flashback, uno de los tantos que me golpeaban como tortas por la noche, impidiéndome dormir. El peor de todos, el que siempre empezaba, agarrándome del pelo y susurrándome insultos al oído. Llevaba cinco minutos llorando cuando se interrumpió para no parar de reírse en todo el día. Cada noche memorizaba cada nuevo insultos, cada nueva burla; cada sonrisa, cada carcajada. ¿No se cansarían nunca?, me pregunté, y comencé a llorar.
Qué buena maestra.
jueves, 22 de agosto de 2013
sábado, 17 de agosto de 2013
—¿Por qué sonríes?
—Porque soy feliz, supongo. ¿Y tú?
—¿Sinceramente? Para disimular.
—¿Para disimular?
—Sí, porque, ¿sabes?, tengo ganas de llorar a todas horas.
—¿Por qué?
—No sé, son muchas cosas. A veces incluso ni entiendo qué me ocurre, supongo que será la cotumbre, quizá mi cuerpo sólo pueda sentir dolor, no sé. La verdad es que estoy triste y es un asco.
—Dices que estás triste, entonces ¿por qué sonríes?
—Para disimular, creo. Me gusta que, aunque yo no pueda sentirme bien, la gente a la que quiero, sí. Y eso sólo se logra con mentiras.
—Y ¿por qué no hablas con alguien? Quizá ayude.
—No me veo con fuerzas de contárselo a nadie, es... complicado.
—Bueno, yo soy alguien, ¿por qué no intentas explicármelo?
—Es una sensación extraña. ¿Te has montado alguna vez en una montaña rusa?
—Sí.
—Estás en la cima del mundo y, de repente, te precipitas al vacío, caes, y parece que va a acabar todo, que nadie va a poder agarrarte, que te vas a estrellar. Y luego está cuando, simplemente, tienes ganas de llorar. Parece como si te ahogases... piensas que te estás muriendo y luego te das cuenta de que solamente necesitabas soltar unas lágrimas. Pero no son unas pocas lágrimas, son las palabras que aún no han sido inventadas para describir lo que te ocurre, el dolor que sientes, la desesperación. Así que, simplemente, cuando te levantas por la mañana, piensas en lo basura que eres y te sientes y pones una gran sonrisa en tu cara. Porque, ¿sabes?, lo descubrí hace poco tiempo, pero la gente no quiere saber qué es lo que te pasa, quieren que estés bien para no tener que saber qué significa ese "es complicado", quieren escuchar un "bien" cuando te pregunten cómo estás, no un "quiero morirme" o un "no aguanto más". Y luego está la gente que te quiere, que hace todo lo posible por ti pero llega un momento en el que ves sus ojos tristes que te miran con impotencia y empiezas a mentir como si no pasara nada, como si todo fuese bien.
Llevo esperando mucho tiempo, la espera es larga, muy larga, y no sé si lo que hay al otro lado valdrá la pena. Estoy asustada, paralizada, no sé si quiero seguir avanzando, si me quiero quedar estancada aquí para siempre, porque lo desconocido me da miedo y sólo porque no sé si lo que vendrá será peor que lo que he pasado ya. Dos opciones: vivir o seguir así. Quiero la primera, pero me llama más la segunda.
Qué mierda.
viernes, 16 de agosto de 2013
Personalmente, me encuentro en el medio de los dos. Muchas personas me han tratado mal, pero sigo sonriéndoles y haciendo que todo va bien aunque duela, pero también estoy emocionada por el futuro, pero no el inmediato, sino el lejano. Uno tan, tan lejano que no tenga que ver a esa gente nunca más, que pueda ser yo, que no me controlen, que no me digan lo que tengo que hacer, que no me juzguen haga lo que haga.
miércoles, 14 de agosto de 2013
martes, 13 de agosto de 2013
Bueno, aunque no sea todo lo que me gustaría decirte, pues quizá aún no hayan inventado palabras para expresar lo que siento, muchas gracias por todo.
sábado, 10 de agosto de 2013
viernes, 9 de agosto de 2013
Y no cambia nada.
Y lloro.
Y no cambia nada.
Palabras... La gente piensa que son sólo eso, palabras, pero se pueden convertir en cuchillas, puñales, dagas, que a su vez pueden derivar en cortes, arcadas, vómitos.
No, no voy a decir "así que pensároslo antes de decir nada" porque ¿para qué? Ellos sólo piensan en sí mismos, si los demás sufren les da igual. Lo importante es que ellos estén bien, no tú. Lo importante es que ellos rían y tú llores. Lo importante es que ellos se sientan bien al decir lo que piensan de lo estúpida o inútil que eres y tú no puedas contestarles porque, como muestra de madurez, no van a escucharte. Lo importante es que ellos disfruten, sonrían, mientras tú te pasas la puta vida pensando que podrías ser mejor, que podrías demostrarles que eres diferente, que no eres tan mierda como realmente parece.
miércoles, 24 de julio de 2013
Son dos palabras que abarcan mucho, ¿sabes? Siento cosas que no son por mi culpa pero aun así siento como si lo fueran. Siento cosas que tenían que pasar por alguna maldita razón, no estaban en mis manos. Se me forma un nudo en el estómago y... Hoy no me salen las palabras, hoy es un día gris. Me he dado cuenta de que absolutamente todo ha cambiado. Tú no eres la persona de antes y yo tampoco. Tus actos definen quién eres y yo ya ni siquiera sé quién soy. ¿La mala? ¿La buena? ¿Qué importa? Sólo son etiquetas, puedes ser mala en tal momento y al rato ser buena. Cambiamos, eso ya lo he asumido, pero eso no quita que siente mal, porque ¿a quién le gusta cambiar? Pero los sentimientos no cambian, siguen ahí, esperando aflorar a la superficie en cualquier momento, y, joder, duele.
Preguntas pero no obtienes respuestas, así funciona.
Ahora es cuando me doy cuenta de que ellos se han equivocado. Claro que no es fácil, las cosas malas tal vez te hagan fuerte, pero ¿a qué precio? ¿Qué consecuencias tiene? ¿Qué cosas hace que cambien? No lo entiendo y parece que nadie tiene las respuestas. "Las cosas pasan por una razón." Vale, está bien, ¿qué razones son esas? ¿Son buenas, son malas, QUÉ? Preguntas pero, ¿sabes?, nadie va a responderte, así funciona esto, lo tienes que averiguar tú sola. Da igual que estés al borde del suicidio, en tus días malos o de bajón, estás sola, como lo has estado siempre.
domingo, 14 de julio de 2013
miércoles, 3 de julio de 2013
-
A.
jueves, 13 de junio de 2013
martes, 11 de junio de 2013
domingo, 26 de mayo de 2013
Nottintreed (sin terminar)
—Maron, ¿tenemos el número de la madre de la niña?
—Sí. Hemos intentado llamarla, pero no lo coge. Supongo que estará buscando a su hija. —Su superior no pareció muy contento con la respuesta y le ordenó que saliese en su busca.
Esa noche pensaba regresar pronto a casa, cenar algo rápido con su familia y acostarse temprano por la falta de sueño tras haber dos días despierto trabajando en otro caso. Arropado ya hasta las orejas, recibió una llamada de la comisaría que también despertó a su mujer: una niña de siete años había desaparecido.
Ahora, en el coche, el nombre de Lil Watson revoloteaba en su mente mientras conducía mientras conducía hacia la casa de la familia de la niña, con Thompson a su lado. Recordaba haber oído ese nombre antes en algún sitio, pero no acertaba a saber dónde había sido.
Sin casi darse cuenta, la casa de dos plantas de los Watson apareció ante ellos.
La señora Carlton seguía a la espera de noticias. Claire le había pedido que se quedara en casa por si Lil regresaba mientras ella estaba fuera, prometiéndole que llamarla si había alguna novedad.
Mientras daba vueltas de un lado para otro, alguien llamó a la puerta. <<Lil>>, no puedo evitar pensar. Después de haberla visto crecer casi tan de cerca como su propia madre, lo que más deseaba era que volviera. Entonces le vino a la mente el día en que, hacía tres años, Lil le había dicho que ella era su abuela, a pesar de saber que ellas no eran realmente familia.
Con el corazón en un puño, se dirigió hacia la entrada y abrió de un tirón. En el umbral había dos hombres.
—Claire, ¿a qué sitios solíais ir? Quizá Lil esté en alguno de ellos.
La idea de Rose le golpeó como si le doliese. ¿Cómo no se le había ocurrido?
—El parque. —Pero ahí ya habían estado, por supuesto. Después de haberlo recorrido entero, fueron hacia el centro de la ciudad, donde sólo encontró más gente que decía que sentía lo de su hija, aunque ninguno parecía por la labor de ayudar. El botecito de las pastillas le llamó más que nunca—. Hay un restaurante de comida rápida calle abajo. Solíamos ir allí todos los miércoles. —¿Por qué hablaba en pasado?
—Vamos, pues, quizá esté allí.
Claire hubiera notado el titubeo de su voz a kilómetros.
Al llegar a la casa, la mujer que había llamado a la comisaría, la vecina de la señora Watson, la abrió la puerta. Cuando Maron le preguntó si sabía dónde se encontraba la madre de la niña se echó a llorar. En su profesión le habían enseñado a tener sangre fría, pero al recordar por fin de qué le sonaba el nombre de Lil Watson, no pudo evitar acercarse a la mujer, rodearle los hombros con un brazo e instarla a que pasara dentro.
El invierno de hacía cuatro años, cuando no estaba de servicio, Maron recibió una llamada que le haría faltar al trabajo durante una semana, llamar a toda su familia y llorar a solas durante noches en la intimidad de su cuarto: su hermano pequeño, Louis, había muerto. <<Decenas de cadáveres>>, había acertado a asimilar de la conversación, <<su hermano está entre ellos. Lo sentimos>> . Y claro que debían sentirlo, pensaba, ¿cómo no iban a estar preparados para un ataque sorpresa?
Una semana después, el sábado, el Ejército organizó el funeral de los caídos. Margaret le cogió del brazo en mitad de la ceremonia, cuando escuchó el nombre de su hermano y mostraron su ataúd. Entonces la vio: una niña menuda con el pelo rizado que se abrazaba a su madre a la altura de sus piernas mientras miraba el ataúd del que debía ser su padre, en la otra punta del sitio en el que se encontraba. Sus miradas se cruzaron y la niña sonrió a pesar de que unas lágrimas surcaban su rostro; Maron apartó la mirada.
Cuando terminó la ceremonia, cada uno se dirigió hacia el lugar donde descansaba su familiar. Maron le dijo a su mujer que se fuera con los niños y que él volvería más tarde. Se quedó en frente de la tumba, hablando consigo mismo, mentalizándose de que ahora debería continuar con su vida, cuando la niña se acercó andando despacio.
—Hola —dijo en tono alegre. Maron divisó a su madre a lo lejos y miró a la niña extrañado.
—Hola.
—¿Quién es? —preguntó mirando la tumba, y Maron tragó saliva.
—Mi hermano.
—Yo he perdido a mi padre —el tono que utlizó sorprendió al policía, como si fuese lo más normal del mundo—, pero sé que me vigila desde allí. —Señaló el cielo—. Aunque aun así le echo mucho de menos. ¡Seguro que tu hermano también nos está escuchando ahora! —Le brillaron los ojos y suspiró profundamente—. Al menos ya no sufren. Ya sabes, por la guerra. Aunque los que seguimos aquí lo hacemos por ellos. —Las palabras de la niña hicieron que se le encogiera el corazón—. Mamá ahora llora siempre y casi no sale de su habitación. A veces Bu-bu tiene que venir a prepararnos la comida porque mamá no quiere salir de casa, pero no importa. Ahora que papá no está tengo que cuidar de mamá y mientras ella llore, yo le haré sonreír. ¡Y tú tienes que sonreír también! —Una sonrisa triste se dibujó en su rostro—. Papá siempre decía que si sonríes contagias a todo el mundo, como en el bosque, que nuestras risas tienen eco y los pájaros cantan...
—¿Cómo te llamas? —Le preguntó de rodillas frente a ella, imnotizado por sus palabras.
—Lil. Papá y mamá me lo pusieron porque cuando era un bebé era muy pequeña. Lil Watson, ¿te gusta? —Sonrió, y Maron no pudo evitar haer lo mismo.
—Muchísimo.
La señora Carlton necesitó varios minutos para serenarse cuando llegaron los policías. Tenía tantas esperanzas en la persona que llamaba a la puerta que no pudo evitar echarse a llorar cuando descubrió quiénes eran en realidad.
—No lo sé —contestó cuando el policía del pelo negro le preguntó dónde se encontraba Claire—, dijo que me llamaría si había noticias.
—¿Sabe si lleva el teléfono móvil encima? —inquirió su compañero, tenso, mirando las lágrimas que se estaba enjugando la señora Carlton. Era más joven que el otro y el cabello castaño le llegaba hasta las orejas. Se pasó una mano por él y entornó los ojos cuando la mujer asintió—. ¿Puede darme su número?
La señora Carlton fue en busca de teléfono móvil, que había dejado encima de la encimera por si Claire llamaba y les dijo a los policías los X dígitos con voz temblorosa.
Una vez más calmada, cuando los policías ya habían regresado a la comisaría después de comentarla que si neesitaba algo les avisase, se dirigió al baño a lavarse la cara. ¿Cómo podía haber llorado delante de ellos?, se preguntó mirándose al espejo. Observó las patas de gallo que le habían salido con los años y frunció el ceño. Le había enseñado a Lil que jamás debía llorar, que tenía que ser fuerte, pero ¿a quién quería engañar? Todos necesitaban llorar alguna vez, no era una forma de mostrar debilidad. ¿Desde cuándo decía esas cosas? ¿Por qué le había dicho eso a Lil? No pudo evitarlo: recordó a Frank, que había sido asesinado hacía ya 10 años, y se le humedecieron los ojos una vez más. Se había prohibido llorar desde que el asesino de su marido le hubiese visto hacerlo y se hubiese reído. Pero todos lloraban, se recordó de nuevo. Su cerebro se puso en su contra y se imaginó que Lil no volvería. Notó dificultad al respirar y el corazón se le aceleró. Sintió un leve dolor en el brazo izquierdo, pero lo atribuyó al cansancio; no pensó que en dos minutos dejaría de dolerle, que las lágrimas le caerían a una velocidad de vértigo tras entender lo que ocurría y que no llegaría al teléfono, que lo de Lil la superaba, que no podría aguantar otra pérdida. Tiró al suelo todos los productos que había encima del lavabo tratando de mantenerse en pie y aterrizó en el suelo con los ojos cerrados. Lo último que vio fue la cara de Frank sonriendo. <<Te echo de menos>>, murmuró por lo bajo, y todo se volvió negro.
Ahora vendrían los típicos comentarios de que me creo mayor. No, quizá no sea adulta, pero tampoco soy ya una cría. Me han obligado a madurar antes de tiempo y quizá por eso ahora veo inmadurez por todas partes. Sí, he conocido a gente que no era para nada inmadura, pero poca ha sido, y ya estoy harta. No tendría por qué aguantar a gente tan idiota y estúpida.
miércoles, 15 de mayo de 2013
martes, 14 de mayo de 2013
"La mejor época de tu vida", dicen.
Últimamente tengo muchos altibajos. Me han dicho que será por la edad, pero no creo que ser adolescente implique pasarlo mal casi todo el tiempo. O sí.
Porque, no sé los demás, pero yo odio estar triste, tener ganas de que termine todo de una vez, querer que me olviden para que me dejen en paz.
Quiero olvidar las palabras falsas que salen de su boca y los insultos que salen de las suyas. Quiero que me entiendan, que no me echen en cara todas las cosas malas que he hecho cuando estoy intentando mejorar.
domingo, 12 de mayo de 2013
Lo mismo de siempre.
viernes, 10 de mayo de 2013
No quiero esto, por favor, no me obligues a hacerlo.
miércoles, 8 de mayo de 2013
Nadie.
lunes, 6 de mayo de 2013
Y nada bueno pasa.
QUIERO QUE TODO ESTO PASE, JODER. LO NECESITO.
sábado, 4 de mayo de 2013
martes, 23 de abril de 2013
Otra vez.
domingo, 14 de abril de 2013
miércoles, 10 de abril de 2013
lunes, 8 de abril de 2013
Sé que a veces parece como si no le importaras a nadie, que no hay nadie en el mundo que te quiere, pero no es así, siempre hay alguien. Piensa en algo que te haga sonreír y continúa en pie, sin caerte, y si no se te ocurre nada, te lo inventas, que para eso existe la imaginación. Cuando la realidad sea insoportable, en el caso de que te guste hacerlo, lee un libro. O la música ayuda. O el chocolate. O el helado. Lo que sea, pero sigue luchando. Siempre.
lunes, 1 de abril de 2013
Si te observaran atentamente vería que ya nunca llevas camisetas de manga corta por los cortes en los brazos. Si te escuchara habrían entendido que estás pasando por un mal momento y que no ves la salida.
Tendría que haber siempre alguien ahí.
Defectos.
miércoles, 20 de marzo de 2013
No lo sabes.
Ojalá supieras todas las veces que lloré por ti, las lágrimas inútiles que derramé porque ese día no me habías sonreído, saludado o si quiera mirado; las veces que me he limpiado los ojos en una toalla y la he tenido que tirar a lavar porque estaba manchada de negro; las veces que me he pasado la noche entera despierta pensando en ti mientras lloraba en silencio; las veces que he cogido la cuchilla y he manchado el suelo de rojo; las veces que le he deseado la muerte a ella por estar contigo; las veces que he esperado que me hablaras y me dijeras que todo iba a ir bien; las veces que mis dedos han estado en mi boca; las veces que he dejado de comer pensando que a ti te gustan más delgadas; las veces que me he maquillado más de la cuenta para tapar las ojeras de insomnio provocado por ti; las veces que he gritado tu nombre en mis pesadillas y no estabas ahí cuando despertaba; las veces que te he odiado por no darte cuenta de lo obvio y de lo que todo el mundo sabe. Las veces que he intentado acabar con esto pero no he sido capaz; las veces que te he mirado mientras tú la mirabas a ella; las veces que he gritado con todas mis fuerzas por el dolor indescriptible y persistente en el pecho; las veces que la tristeza ha podido conmigo y me he derrumbado; las veces que he querido arrancarme el corazón para que dejase de latir.
Pero no lo sabes.