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viernes, 20 de diciembre de 2013

¿Recuerdas?

He estado leyendo nuestras cartas, he recordado sonrisas que nos lanzábamos a escondidas, miradas encontradas que sólo tú y yo entendíamos, y me he dado cuenta de que no te recuerdo con claridad. Los ojos con largas pestañas que me miraban desde arriba aparecen a veces en mis sueños, los hoyuelos que te salían al sonreír renacen de vez en cuando de sus propias cenizas, donde yo los había escondido por mi propia seguridad. ¿Y ese mechón de pelo que siempre acababa delante de tu ojo derecho y que era imposible de controlar?, lo veo cuando cierro los ojos. Y tú, ¿me recuerdas? ¿Te acuerdas de mis ojos, de si me sonrojaba al mirarte, de si me reía de todo lo que salía de tu boca?
He estado pensando en cómo eran las cosas antaño. ¿Recuerdas? ¿No te duele pensar en ello? O por el contrario, ¿sonríes al recordarlo? ¿Sabes al menos que sigo existiendo? ¿Alguna vez piensas en mí como yo suelo hacerlo en ti?

martes, 19 de noviembre de 2013

Algún día.

Algún día te diré todo lo que pasó por mi cabeza, lo que pensé al verte, lo que pensé cuando me hablaste. Algún día te diré si esos insultos que me decías no me afectaban, como yo te hacía pensar, si todo lo malo que señalabas en mí me hizo cambiar. Algún día te diré si influiste en mí de alguna manera, si, tal vez, me hiciste más fuerte o sólo lo fingí para ver si me dejabas en paz. Algún día, espero, levantaré la cabeza bien alta y te diré todo lo desagradable que me guardaba para mí, que dirigí a la persona equivocada en vez de a ti. Algún día te reclamaré todas las lágrimas que solté por hacerme sentir mal, por creer que no merecía estar aquí. Algún día intercambiaremos los papeles y tú serás la víctima, la que es torturada, la que se martiriza por culpa de otros, la que no cree en sí misma, la que piensa mal de cada sonrisa.
                                      Sí, algún día.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Lo he estado pensando y me he preguntado si algún día llegaré a estar realmente bien. Cada vez que parece que soy por fin feliz, viene algo, recuerdo algo, que me hace volver al maldito agujero negro. A veces te echaba la culpa de mis errores, cuando me equivocaba, si hacía algo mal, pero esa excusa ya no me vale. Durante todos estos meses te he criticado, de vez en cuando incluso te he odiado, pero no puedo más. Se supone que son las cosas que hacemos las que nos definen, pero tú... ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué tengo que aguantarlo? ¿No ves que no estoy preparada, que no estoy lista? Pensé que eras diferente, me tenías engañada, pero alguien me ha quitado la venda de los ojos. ¿Crees que es agradable? Porque no lo es. Ves como una persona en la que se supone que tienes que confiar te falla, y no una vez, ni dos, sino una y otra, y otra, y otra vez. Pero te quiero, y eso es lo que más duele, que una persona a la que quieres y que se supone que te quiere te falle. Y a veces le resto importancia a tus equivocaciones diciendo que no puedes hacerlo, que estás mal, pero ellos me dicen otra cosa. ¿Sabes lo es que alguien te martirice criticando a alguien a quien quieres? ¿Sabes lo que pasa cuando ocurre eso? Que acabas odiándolo, acabas dándoles la razón. Y te repito que te quiero, mucho, muchísimo, a veces, demasiado, pero no puedo más, de verdad. No puedo.

domingo, 27 de octubre de 2013

"¿Qué es poesía? Poesía... eres tú."

Sabes que no me gusta la poesía y aun así me encuentro aquí, escribiéndola para ti. Porque una sola mirada tuya me inspira a escribir cosas bonitas. Porque una sola sonrisa tuya me hace coger el cuaderno para describirla como yo la veo, perfecta. Porque, simplemente tú, me haces querer escribirla. Y cuando cojo el papel no veo el momento de parar, porque nunca te podría definir como realmente te veo. ¿Cómo quieres que diga con exactitud las sensaciones que me provoca ver mi rostro reflejado en tu iris? ¿Y lo que siento cuando hago que sonrías? ¿Y lo bien que me siento en tus brazos? Así que cuando me digas que por qué no te respondo, por qué no tengo palabras, espero que recuerdes esto: si me quedo sin palabras, es por el simple hecho de que tú me dejas sin ellas.

domingo, 20 de octubre de 2013

Duele echar de menos a alguien, el no poder verte.
Duele no poder abrazarte, no poder darte un beso de buenas noches.
Duele el no preguntarte cómo estás todos los días, que no sea como antes.
Duele que todo sea tan injusto y que quien esté ahí arriba me lo arrebate todo, ajeno a lo que siento o dejo de sentir, a si tengo sentimientos.
                         (Claro que tengo, pero a veces me gustaría no tenerlos.)

lunes, 14 de octubre de 2013

Frío.

Has encontrado calor en otros brazos que no son los míos.
Dime, entonces,
qué hago yo ahora,
que si cuando tenía frío tú me abrazabas,
¿cómo pasaré este invierno?,
si sólo pienso en lo que pudo suceder,
y siento frío.
Recuerdo todas las risas, sonrisas,
buenos momentos juntos y sólo siento
frío, por tu marcha,
por tu ausencia.

sábado, 12 de octubre de 2013

Y cuando cae la noche.

Acumuladas lágrimas que sueñan con bañar mis mejillas, brotar de mis ojos como si de palabras se tratara. Porque, no, no puedo expresar lo que siento con ellas, aún no han inventado unas que definan... todo esto. Y qué si sonrío. Y qué si me río. El vacío persiste ahí, no encuentro solución.
Y entonces es cuando viene el llanto contenido. Porque me niego a llorar, porque lo evito. Porque eso no cambia nada, no soluciono nada en absoluto. Y quiero seguir llorando. Y me tiemblan los labios, los ojos, las manos. Todo se está derrumbando, ya ni me reconozco.


miércoles, 2 de octubre de 2013

Siente como si hubiera algo malo en ella, como si algo no estuviera bien. Sólo quiere saber si esto terminará rápido y si será ella quien lo finalice o acabará solo.


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Por última vez.

Ha ocurrido demasiadas veces. Lo pienso yo pero no lo digo.
¿Por qué? ¿Qué he hecho?
Me he caído y por fin me he levantado.
No volveréis a hacerme esto. Nunca más.
Al fin he salido de este agujero oscuro.
¿Me ves? Sigo aquí.
Por última vez me veréis triste.
¿Me oyes? Nunca más.

martes, 24 de septiembre de 2013

Hasta pronto (ojalá).

Se han ido todos, incluido tú. No te dije todas las cosas que debería haberte dicho. Que te quería, por ejemplo. Que esa estúpida pelea no significó nada. Que era idiota y no sabía lo que tenía.
Ahora que te has ido sólo puedo pensar en cuánto te echo de menos. Duele, de verdad, duele mucho.
                                   
                                             

domingo, 22 de septiembre de 2013

No puedo creer que vaya a decir esto, pero gracias.
Nunca me gustaste, pero, como casi todas las personas que han pasado por mi vida, me has enseñado algo. Me he dado cuenta de que estaba ciega y tampoco quería dejar de estarlo. Tenía una venda sobre los ojos y tú me la quitaste de un tirón, sin importarte si me hacías daño o no, y en parte te lo agradezco.
Gracias por hacer que me diera cuenta de que las historias que leía de pequeña en mis libros eran mentira. No existe ese tal príncipe azul que te salve cuando el malo, que podrías ser tú misma, consiga hacerte caer.
Gracias por haber hecho que descubriera la verdad. El exterior, eso es lo que les importa. No ven nada más. Somos personas vacías porque ellos nos hacen serlo, nos hacen pensar que vale todo con tal de ser guapa y delgada. Dejamos de ser nosotros mismos por vosotros.
Gracias por haber hecho que mi estado de ánimo cambie a uno más acorde con la situación. Debo estar triste, nada de esto merece la pena. Así lo dicen ellos.
Gracias por haberme insultado y haber hecho que me valorara lo mínimo. Era ese tu propósito, ¿verdad? Reírte mientras yo me preocupaba por lo que los demás pensaran. Por si me miraban mal. Por si se mofaban de mí por gustarme o hacer tal cosa. Pues lo he dejado de hacer. Todo. Por ti.
Gracias por insultarme por cosas que yo creía que eran buenas. Por hacer que me dieran ganas de ser invisible para que nadie se diera cuenta de lo fea que era o lo gorda que estaba. Dios, ya casi no puedo ni salir a la calle.
Gracias por haber hecho que tenga que mirarme en el espejo tropecientas veces antes de salir para asegurarme de que no vaya demasiado horrible. Alguien me podría ver, ¿no?
Gracias por hacerme despreciar las cosas en las que creía. Qué equivocada estaba. Tú tienes razón.
Gracias por humillarme para que ellos se rieran. Me has hecho darme cuenta de que, a la hora de la verdad, sólo sé llorar. Unos lo llamaran sensibilidad. Yo lo llamo cobardía.
Gracias por haber hecho que me haya dado cuenta de todo lo malo que hay en mí.
Gracias, de verdad, por todo y más.

Capítulo 2.

  Formas crueles y despiadadas de matar a mi madre y a Rosa pasaban por mi cabeza en el momento en que Jorge y yo salimos de la casa. Éste tenía la mandíbula apretada y yo miraba al suelo mientras maldecía en mi fuero interno. No quería ver Santa Tricina, simplemente quería tumbarme en mi cama, mirar el techo y deprimirme ante la idea de ser la nueva de la clase. En mi anterior instituto los nuevos alumnos eran recibidos con miradas inquisitorias y murmullos rara vez agradables de oír. Pero, claro, eso no le ocurría a la guapas, delgadas y carismáticas, todo lo contrario a mí. Sobre todo lo último.
  Avanzamos hasta el bosque, a unos quinientos metros de la zona en la que se encontraban nuestras casas. En silencio. Uno muy incómodo. Yo no le miraba y tampoco notaba sus ojos puestos en mí, pero aun así quería salir corriendo de allí. Carraspeé al notar que me atragantaba con mi propia saliva. Él me miró.
  —¿Quieres agua? —me preguntó en tono sarcástico, y yo le miré frunciendo el ceño. Me mostró una sonrisa torcida, provocando que me girara hacia el otro lado. Nos dirigíamos hacia un bosque en el que los árboles tapaban lo que fuera que estuviera al otro lado—. ¿Qué, no hablas? —Al ver que seguía en mis trece y me negaba a entablar cualquier conversación con él, añadió en tono bajo—: Puedes hablar, ¿vale? No muerdo.
  Resoplé y le miré por fin.
  —Eres idiota. —Para mi sorpresa, echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. ¿Qué narices le hacía tanta gracia?—. Y ahora eres aún más idiota. ¿Se puede saber de qué te ríes? —le espeté molesta.
  —De ti —dijo aún entre risotadas.
  —Pues no soy tan graciosa. —Y apreté el paso.
  Oí a algunos pájaros cantar y no pude evitar sonreír. De pequeña tenía un periquito blanco y azul con el que tarareaba al ritmo de su silbido. Un día, cuando tenía diez años, mi tía Luisa vino a casa y se trajo a su gato. Se comió a mi pobre Pepe. Al recordar eso, me enfadé aún más. Estúpido gato.
  Jorge llegó a mi altura en tres zancadas. Estúpido él, sus piernas y el gato.
  —¿A dónde vas? Si te pierdes me matarán —comentó en tono divertido. Me giré para encararle.
  —Mira, hagamos algo: tú no me hablas y yo te ignoro, ¿de acuerdo? —Me estaba empezando a mosquear.
  —Tengo una idea mejor. Yo me voy a algún sitio lejos de ti y tú a donde te dé la real gana, ¿de acuerdo? —"¡Me está imitando!" No sabía si lo decía en serio, pero aun así caminé hacia la arboleda y me alejé de él. Pasé a toda prisa directa al otro lado del bosque y me encontré con un contraste que me descolocó durante unos segundos.
  Los árboles habían dado paso a una ciudad en miniatura. Dos edificios estaban a la cabeza y los coches corrían como locos de un lado para otro. Una churrería se encontraba justo en frente de mí y, al lado, una peluquería. Anduve por la acera unas cuantas calles hasta llegar a un parque. Atravesé la verja y el olor a pinos llenó mis fosas nasales. "Bonito", pensé boquiabierta. Las flores se encontraban por doquier, llenando mi visión de preciosos colores. Me dirigí hacia un banco y me senté. ¿Qué podía hacer durante todo ese tiempo? Fruncí el ceño preguntándome cómo me podía haber hecho aquello mi madre. La iba a asesinar.
  Observé cómo la gente iba de un lado para otro durante un rato, unos de la mano y algunos abrazados. Una mujer estaba jugando con su hijo y otra balanceaba a la suya en el columpio. Nadie me miraba y me sentía sola. No quería estar allí. De pronto, sentí unas ganas irremediables de llorar, pero, como había aprendido a hacer hacía ya mucho tiempo, me las tragué y di un respingo al escuchar que alguien me llamaba.
  —¡Por fin! —Jorge apareció en mi campo de visión. Con la mandíbula apretada (¿No sabía poner otra cara?) y su penetrante mirada gris estaba puesta en mí—. Te tomas las cosas al pie de la letra, ¿no? —me espetó, y yo le miré desde mi altura. Me interrumpió con un gruñido cuando fui a contestarle—: Era broma. ¿No sabes lo que es una broma? ¿Para qué coño te has ido corriendo?
  Abrí la boca, ojiplática. ¿Me estaba regañando? Me levanté del banco y le miré, ahora furiosa.
  —Deja de gritar. ¿Cómo quieres que capte tus supuestas bromas si siempre estás de cachondeo? —Su ceño se hizo más pronunciado y esta vez fui yo la que le cortó antes de terminar de decir lo que fuera que pensara—. Este rato ha sido mil veces mejor que todos los minutos que he estado contigo, así que vete a la mierda y déjame en paz. Sé volver sola, no soy estúpida.
  —Pues nadie lo diría.
  Ofendida, me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta. ¡Sería gilipollas!
  Noté sus pisadas detrás de mí apenas avancé un par de metros, pero no me giré. Fui directa hasta el bosque por el que había entrado y me senté al pie de un árbol. Él me siguió.
  —Fuera —mascullé mirando la hierba que estaba por todas partes.
  —Me parece que no. —Levanté la mirada hacia él y le vi sonreír. "Éste tiene un serio problema", pensé—. Nos podemos ir si quieres.
  —No me quiero ir, quiero que te vayas tú. Es simple. Sencillo. Claro. ¿Lo entiendes ya?
  —¿No te caigo bien? —me preguntó soltando un bufido mientras se sentaba a mi lado. Puse los ojos en blanco—. Pero si todo el mundo me adora.
  Me mordí el labio para, muy a mi pesar, no sonreír.
  —Debe ser por tu fantástico sentido del humor, sí.
  Él rió y se levantó.
  —Ya, bueno, ¿nos vamos?
  Necesitaba mi cama. Necesitaba un libro. Necesitaba dejar de existir. Necesitaba a mis amigos. Necesitaba irme.
  Al final me puse en pie también.
   —Por favor.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Impotencia.

Todos los días te veo llorar. Un trozo de mí se parte cuando roda una lágrima por tu mejilla. Y lo que más me angustia es que no puedo evitarlo, que no puedo hacer nada. Te ayudo cuando ni yo misma puedo ayudarme, lo sé, pero quiero hacerlo, no sabes cuántas ganas tengo de poder hacerlo, pero es inútil. Lo único que puedo decirte es que lo siento y te quiero.
Y eso no cambia absolutamente nada.
Tú sigues sufriendo.
Y yo contigo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Lo ha conseguido.

Los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa en la cara. Por fin, piensa, me voy de aquí. Se aleja de todo lo malo, de lo que le hace daño. De esa gente, de ese lugar. Ante ella se extiende toda una ciudad llena de oportunidades de ser feliz, de ser por fin quien es. El camino ha sido largo, pero lo ha conseguido. Ríe como una loca y llora por fin de felicidad. Tenía miedo, pero ha comprendido que era un estupidez sentirlo, que lo que viene ahora es mucho, muchísimo mejor que lo anterior. Ha logrado irse, perseguir sus sueños y eso, sin lugar a dudas, es lo que ella más deseaba.


jueves, 12 de septiembre de 2013

Las manos me tiemblan. Decís que no tengo por qué tener miedo, pero lo tengo, mucho, pero no quiero que lo sepáis. Porque esa soy yo, ¿no?, la que nunca llora, la piedra sin sentimientos. La que por más cosas que le pasen sigue cabreada, la que no le importa lo que los demás sintáis, la que os amarga la existencia.
Bueno, tal vez sea así y vosotros me conozcáis mejor que yo misma. De todas formas, gracias por hacerme sentir la mayor mierda del planeta.

Ya ni me recuerdas.

Es curioso qué rápido pasa el tiempo. Hace unos años éramos uña y carne, ¿te acuerdas? Y ahora ni siquiera hablamos. Desde entonces he leído poemas, cartas de amor, frases inacabadas esperando a que el destinatario vuelva, y me he dado cuenta de que tú has sido la única persona con la que creí sentir algo parecido a todo lo que escriben esas personas, ya sabes, las mariposas en el estómago. Pero fui cobarde y no te dije nada, como he hecho toda mi vida. Callé y ahora me pasa factura; ya ni me recuerdas. Supongo que fui la niña pequeña que jugaba contigo después de clase, la que no se enteraba de nada y le ocultabais todo. Pero, ¿sabes?, no era pequeña, para nada. Me dí cuenta de todo, absolutamente de todo. De cómo te marchabas. De cómo te alejabas. Y ahora te digo que me parece bien. Por fin me lo parece. Al fin y al cabo, algunas personas no están hechas para ser amigas. Y mucho menos algo más.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Ya no estaba y tampoco volvería.

Encontró la nota encima de la mesita de noche. La habitación aún conservaba su olor, pero no notaba su presencia por ningún lado de la casa.

      "Lo siento. El dolor ha podido conmigo y me he ido. Me dijeron que era fácil y... Dios, lo que quería creerles. Pero no pude. No sé si fue pasarlo tan mal lo que me lo impidió, pero hace mucho que no consigo poner una sonrisa que no sea falsa, algo que demuestre que me gusta vivir, que lo disfruto. 
      Nunca os lo he dicho, pero me han insultado. De hecho, si no me hubiera ido, me habrían insultado hoy también. Porque nunca seré lo suficientemente buena. Ni guapa. Ni delgada. Nada, eso es lo que soy, eso es lo que siento. Ya ni recuerdo la última vez que recibí palabras alentadoras que me ayudaran a seguir, a levantarme. Sólo recuerdo el oscuro agujero en el que estoy metida y del que no consigo salir. Lo difícil que se me hace no querer perderme y que no me recuerde nadie, porque a veces también noto que ya ni os importo.
      Os preocupáis por mi lo justo, los estudios, que coma. Pero yo no quiero comer y tampoco tengo fuerzas para estudiar. Quiero dormir para siempre, que nadie me despierte. 
      Odio el instituto, la gente que hay en él. Sus caras que me sonríen burlonas, sus bocas que sueltan palabras feas dirigidas hacia mi persona. No lo aguanto. No sé si lo recuerdas, pero te pedí ayuda. A ti y a él. Y dijisteis que exageraba. Ahora que no estoy, espero que lo entendáis. No es vuestra culpa, es la mía por creer cosas que no eran, que todo es pan comido. Aunque no lo sea.
      Nunca te he dejado verlos, pero tengo cortes en las muñecas. Cojo la cuchilla cuando no aguanto lo que me grita la cabeza, lo que me pide que haga. Y por última vez la escucharé y no le haré caso. Tal vez tú seas feliz, pero yo no. 
      He vomitado. He sentido cómo la comida subía y después no he podido sino echarme a llorar por lo que estaba haciendo, porque siento que no me lo merezco, pero ellos me hacen pensar que sí. Me voy de este mundo como vine: llorando. Siento que la tinta se haya corrido, pero me ha entrado miedo de lo que vendrá a continuación. Miedo de si volveré a sufrir. Siento haber sido tan mala hija y el monstruo más horrible que hayáis conocido."

Las lágrimas corrían por sus mejillas al darse de cuenta de que ya no estaba, de que no volvería.

Gritos silenciosos.

Todo lo que me he callado, lo que no he dicho en voz alta, me persigue por las noches. Todas esas palabras retumban en mi cabeza y me impiden dormir, es como si fuera a explotar, porque, sí, quiero gritar, no sabes las ganas que tengo de hacerlo, lo que lo necesito. A vosotros, que no os enteráis de nada. A ellos, que me lo echan en cara. A mí, por ser tan estúpida y no darme cuenta antes. Gritos es lo que quiere salir de mi pecho y lo que suelto son bocanadas de aire porque me falta. Y tengo miedo y no te das cuenta. Y me cabreo por lo mismo, porque no puedo hacerlo, porque quiero gritar y no puedo... quiero pedirte ayuda por última vez antes de caer de nuevo, antes de rendirme. Y no puedo hacer nada más que enfadarme. Contigo. Con ellos. Conmigo misma.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Me he rendido.

He comprendido que no se puede conseguir todo lo que se quiere, que aunque lo desees con todas las fuerzas del mundo, puede no pasar. He dejado de intentar hacer lo que ellos quieren, me he cansado. Desisto en mi intento de gustarlos, porque ¿qué gano yo con ello? Quiero que deje de importarme vuestra opinión, que dejéis de importarme vosotros, las personas que me hacen daño. Quiero que me dejéis de utilizar, de verdad, no lo aguanto. Cerrar los ojos y olvidarlo todo, por favor. Volver atrás en el tiempo y rehacer lo que no hay forma de cambiar. No puedo más, no resisto, ¿no lo entiendes? No hay más lágrimas que derramar ni gritos que salgan de mi garganta, nada. Quiero ser fría, hacer lo mismo que vosotros hicisteis y siguis haciendo conmigo. No más. No, ahora no.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Capítulo 1.

  "Nos mudamos." Así, de sopetón, me lo había soltado mi padre la noche anterior. Yo, obviamente, estaba alucinando. Había vivido toda mi vida en Monte Perdido y ya contaba con terminar el instituto allí, graduarme y, quién sabe, casarme tal vez con alguien de aquel sitio. Pero no.
  Me esforcé por mentalizarme mientras metía las pocas cosas que me pertenecían, que eran sólo mías y no enseñaba a nadie, en cajas. "Raquel me regaló esto", me recordé a mí misma cuando cerré con celo la caja en la que iba un diario que hacía empezado hacía años en el que sólo escribía chorradas. Tiempo atrás, comenzaba con un "Querido diario: hoy me ha pasado algo genial", pero a medida que crecía lo que escribía iba siendo más deprimente, así que lo dejé, como hacía con casi todo lo demás.
  Nunca me había mudado, pero la idea empezó a aterrorizarme. Sitio nuevo, casa nueva, gente nueva. La última parte era la que más me asustaba. Podríamos decir que yo era lo que mi familia llamaba antisocial. No era que no me gustara la gente, pero yo tenía mi círculo de amigos y no se me daba bien tratar con gente que estuviera fuera de éste.
  Carlos entró corriendo en mi habitación mientras yo me levantaba para ir en busca de más cosas. Tenía el ceño fruncido y los brazos en la cadera como hacía cuando estaba enfadado.
  —Mamá ha dicho que nos vamos mañana —masculló mirándome fijamente desde la altura de mi estómago. Abrí los ojos desmesuradamente.
  —¿QUÉ? —No pretendía gritar, pero el tiempo se me estaba echando encima y no lo soportaba. ¿Mañana? Pensaba que sería más tarde.
  Carlos salió corriendo hacia el salón y yo me quedé sola, paralizada.
Nos mudábamos a Santa Tricina, a cientos de kilómetros de allí. Había visto fotos y debía reconocer que, muy a mi pesar, era bonita. Nuestra casa era de dos plantas y tenía un jardín enorme con columpios. En Monte Perdido vivíamos en un piso, así que irnos allí suponía toda una diferencia.
  Olvidándome de lo que estaba haciendo, corrí en busca de mi madre. La encontré en la cocina guardando comida en una bolsa. Cuando entré levantó la cabeza y me miró sorprendida por mi nerviosismo. Irnos mañana significaba no poder despedirme, marcharme sin que nadie se diera cuenta.
  —¿Mañana? —casi gruñí—. ¿Nos vamos mañana?
  Mi madre frunció los labios al entender qué me ocurría. Se levantó lentamente y caminó despacio hacia mí.
  —Sí. —Y, antes de que pudiera contestarla, añadió—: Han sido los del trabajo, han adelantado el traslado y tu padre tiene que estar allí mañana mismo. —Me miró sin mostrar ninguna emoción—. Lo siento.
  Me marché porque sabía que no podía hacer nada. Mis padres estaban teniendo una crisis y si para estar juntos teníamos que mudarnos, lo haríamos. La familia unida, solía decir mi padre.
  A la mañana siguiente nos levantamos temprano. El sol aún no calentaba cuando dejamos atrás lo que yo antes llamaba "hogar". Mi padre no cesaba en su intento por que nos emocionáramos por la nueva casa. Cuando, después de cuatro horas de viaje, aparcamos delante de ésta y bajamos las maletas, pues el camión de la mudanza llevaba las cajas, miré furibunda a mi padre y él bufó.
  —Te va a gustar, lo sé —dijo andando hacia la gran casa que se extendía ante nosotros.
  —Seguro... —murmuré por lo bajo.
  Dos horas más tarde la casa estaba limpia y las maletas en nuestras respectivas habitaciones. La mía era la segunda más grande, en el lado este de la casa. Mi balcón daba a la casa de al lado (exactamente igual a la nuestra) y la cama que habían dejado era de matrimonio. Me tumbé sobre ella y miré el techo. Mi padre se había ido a hacer una excursión a su nueva oficina y mi madre y mi hermano estaban comprando, así que estaba sola. Lamenté de inmediato no haber ido: la casa me daba miedo. "Ojalá tuviese un perro o algo", pensé compungida. Me levanté y corrí hacia el jardín trasero. Fuera el sol de junio me calentaba la piel y corría una pequeña brisa que me movían los mechones que se me habían salido de la coleta. Me dirigí hacia los columpios y me senté. Comencé a moverme cuando escuché un sonido cerca de mí. Paré de balancearme y observé mi alrededor; la puerta estaba abierta, como yo la había dejado, al igual que las ventanas. ¿Me estaba imaginando cosas? Pero cuando vi aparecer a una figura alta por el rabillo de mi ojo, no pude evitar gritar.
  —¡Eh, tranquila! —oí que decía una voz grave mientras yo entraba en pánico y buscaba con la mirada alguna puerta por la que escapar. "¡Violadores! ¡Asesinos!", grité en mi interior, y me sentí estúpida al darme la vuelta y encontrarme con un chico y una mujer que supuse que era madre de éste. Noté como me ruborizaba por mi para nada acertada reacción—. Te dije que no era buena idea venir a saludarlos. Ésta parece loca —masculló el chico a la mujer. Yo fruncí el ceño. ¿Lo había dicho a sabiendas de que le iba a escuchar? "Capullo."
  La mujer avanzó unos pasos hacia mí después de echarle una mirada recriminatoria a su hijo.
  —Hola. Sois los nuevos vecinos, ¿verdad? —Asentí sin atreverme a hablar después de haber hecho el idiota—. Bueno, me llamo Rosa y éste —señaló a su hijo con el ceño fruncido— es Jorge. Hemos venido a saludaros. Hacía años que no había gente nueva aquí. —Me sonrió y yo hice un esfuerzo por no salir corriendo. ¿Desde cuándo la gente venía a saludar a sus vecinos? "Muy de campo", me dije.
  —Patri —le contesté con una pequeña sonrisa, y ella ensanchó la suya.
  —Y ¿están tus padres? —preguntó mirando hacia la casa. Inconscientemente, aún sabiendo la respuesta, miré en la misma dirección.
  —No —dije—, pero si queréis entrar a esperar... —Algo me decía que no les dejara pasar, pero no hice caso. La mujer era de mis estatura y tenía el pelo castaño y corto. Me miró con sus ojos verdes y me ablandé un poco. Con un hijo como el que tenía, lo menos que podía hacer era invitarla a entrar.
  El chico entró con el ceño fruncido mientras su madre murmuraba algo que no llegué a oír. Les hice pasar al salón y miré a cualquier parte menos a ellos. Los de la mudanza traerían todo al día siguiente y sólo había un triste sillón diván para que utilizáramos hasta mañana. Levanté la mirada y pillé al hijo mirándome. Me sacaba por lo menos una cabeza. Tenía el mismo color de pelo que su madre, pero sus ojos eran grises. Fruncí el ceño cuando apretó la mandíbula y miró hacia otro lado. "Dios, qué guapo", pensé muy a mi pesar. "La estupidez le quita belleza", me tuve que recordar a mí misma.
  —Los muebles los traen mañana. —No sé por qué dije eso, pero lo dije. Cuando estaba nerviosa siempre decía tonterías.
  Rosa alejó la mirada de las paredes y me miró sonriente.
  —Os habéis mudado hoy, ¿verdad?
  —Sí —su hijo me estaba mirando otra vez, así que me centré en ella—, necesitaban que mi padre estuviese aquí hoy mismo —dije citando las palabras de mi madre.
  —Oh, ¿os habéis mudado aquí por el trabajo de tu padre? —preguntó. "Maruja", no pude evitar pensar.
  —Sí. Trabaja en una empresa de ventas de no sé qué y le han dicho que si no se mudaba le tendrían que echar. —¿Por qué estaba diciendo eso? ¿Por qué nadie me paraba? Si antes parecía estúpida, ahora creerían que era imbécil.
  Rosa se rió.
  —¿No sabes en qué trabaja tu padre? —Noté cómo me ruborizaba y miré hacia otro lado. "¡Dios" ¿Por qué soy tan idiota?"—. Y ¿sabes ya a qué instituto vas a ir?
  —No, aún no —contesté haciendo un esfuerzo por mirarla, aún notando la mirada de su hijo encima—. Cuando la casa esté lista arreglaremos eso.
  —Claro, claro. —Asintió despacio.
  Podría decir que esos fueron los diez minutos más largos de mi vida, que fue lo que tardaron mi madre y Carlos en volver. Rosa se pasó el resto del tiempo hablando en voz baja con su hijo, dejando por fallidos sus intentos por entablar conversación conmigo. Presenté a mi madre a Rosa y viceversa y subí a mi cuarto con las excusa de que iba a buscar algo. Llevaba dos minutos tumbada en la cama con la puerta entreabierta cuando escuché unos pasos cerca de ésta. Levanté la cabeza y ahí estaba el idiota de turno. Le echó una mirada despectiva a mi cuarto y por último la posó en mí. Yo fruncí el ceño y me incorporé para hacerle frente.
  —¿Qué? —le espeté.
  Él se irguió y yo me levanté de la cama.
  —¿No estabas buscando algo? —preguntó en tono burlón, y yo fruncí los labios.
  —Sí.
  Silencio.
  —Y ¿bien? ¿Qué estabas buscando? —preguntó todavía en la entrada.
  —¿A ti qué te importa? —Le acababa de conocer y ya me caía mal. "Genial, como toda la gente de aquí sea igual lo llevo claro."
  —¿A mí? —masculló soltando un bufido—. Nada, pero mi madre insiste en que te enseñe todo esto y como tu madre está de acuerdo, no tengo escapatoria. —Me mostró una sonrisa torcida—. Vamos, ermitaña, tienes que salir.
  —Pero ¿tú eres...?
  No me oyó, ya había bajado escaleras abajo y por la rapidez de sus zancadas apostaba a que ya estaba en el salón de nuevo.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Déjame marchar, por favor.

Dije que no una y otra vez, lo repetí hasta la saciedad, pero ahora estás aquí de nuevo. Odio admitir que te he echado de menos, que te necesito conmigo, que quiero que te quedes, porque eso significaría que no aprendo de mis errores, que vuelvo a confiar en quien un día me traicionó, en quien me hizo daño y me hizo sufrir. Y, sin embargo, un par de palabras bastan para trasladarme a otro sitio en el que valía todo con tal de sonreír, aunque me pasara las noches llorando. Y lo odio.

Lo ha vuelto a sentir.

Tus brazos han vuelto a recorrer los suyos, los has posado en su cintura. Tus dedos le han hecho cosquillas y tus labios han vuelto a besar su cuello. Tus caricias han vuelto a acelerar su respiración y ha sido incapaz de pensar con claridad. La has apretado contra tu pecho y le has prometido que volverá a ser como antes. Tu voz ha sido lo último que ha escuchado antes que qudarse dormida a tu lado. Vuestras respiraciones se han entremezclado hasta tal punto que ya no sabíais cuál era de cada uno.
Y, de nuevo, ahí dentro, lo ha vuelto a sentir.

domingo, 25 de agosto de 2013

Todos soportamos los problemas como podemos, pero yo ya lo había soportado demasiado tiempo, me dije mientras me sacaba las lágrimas que ahora surcaban mis mejillas. Había llegado a un punto en el que apenas podía respirar, un persistente dolor se había instalado en mi pecho ante la idea de volver al instituto, ante la idea de volver a verlos. Tres años contado ya, parecía que nunca acabaría, que nunca dejarían de torturarme. Al pasar de curso pensé que todo terminaría, pero siempre estaba en mi clase alguno de ellos, mirándome mal o haciendo gestos soeces, daba igual que los profesores estuvieran delante, daba igual que ya hubieran conseguido que llorase.
Noté cómo el pecho subía y bajaba mientras mi respiración se aceleraba por el inminente llanto que vendría en aquel momento. No podía volver, pensé agarrándome el pelo y apretando los dientes. Cogí la almohada, me la coloqué en la boca y grité con todas mis fuerzas.
Es entonces cuando me vino a la mente un maldito flashback, uno de los tantos que me golpeaban como tortas por la noche, impidiéndome dormir. El peor de todos, el que siempre empezaba, agarrándome del pelo y susurrándome insultos al oído. Llevaba cinco minutos llorando cuando se interrumpió para no parar de reírse en todo el día. Cada noche memorizaba cada nuevo insultos, cada nueva burla; cada sonrisa, cada carcajada. ¿No se cansarían nunca?, me pregunté, y comencé a llorar.

Qué buena maestra.

La experiencia me ha enseñado que las cosas malas, dos veces malas, y que las buenas, no tardan en irse. La felicidad dura poco y la soledad es muy larga.



Hoy he recordado lo que era jugar sin importarte si te caías, si te hacías daño. Lo que era esperar un día con expectación, como cuando deseaba con todas mis fuerzas que llegara Navidad, y, ¿sabéis?, me ha gustado más que esta mierda. Me he acordado de lo que era reír hasta que te doliese la tripa, hasta que notases cómo te quedabas sin respiración. Cómo era andar sin ninguna preocupación de que pensasen que estás gorda. Lo que era comer hasta reventar. Lo que era saltar de alegría, animarme con sólo escuchar una canción y bailar hasta que te doliesen los pies. Y me ha gustado.

jueves, 22 de agosto de 2013

He cambiado, he hecho algo bueno. Qué pena que ya no estés aquí para verlo. Para ver cómo me levanto después de haberme caído, cómo retomo el paso una vez más. Porque es lo que en el fondo necesito, que veáis que estoy bien, que puedo, que lo conseguiré.
—¿Cómo estás?
Cansada. Herida. Hecha mierda. Me odio. Ayuda.
—Bien.

sábado, 17 de agosto de 2013

—¿Por qué sonríes?
—Porque soy feliz, supongo. ¿Y tú?
—¿Sinceramente? Para disimular.
—¿Para disimular?
—Sí, porque, ¿sabes?, tengo ganas de llorar a todas horas.
—¿Por qué?
—No sé, son muchas cosas. A veces incluso ni entiendo qué me ocurre, supongo que será la cotumbre, quizá mi cuerpo sólo pueda sentir dolor, no sé. La verdad es que estoy triste y es un asco.
—Dices que estás triste, entonces ¿por qué sonríes?
—Para disimular, creo. Me gusta que, aunque yo no pueda sentirme bien, la gente a la que quiero, sí. Y eso sólo se logra con mentiras.
—Y ¿por qué no hablas con alguien? Quizá ayude.
—No me veo con fuerzas de contárselo a nadie, es... complicado.
—Bueno, yo soy alguien, ¿por qué no intentas explicármelo?
—Es una sensación extraña. ¿Te has montado alguna vez en una montaña rusa?
—Sí.
—Estás en la cima del mundo y, de repente, te precipitas al vacío, caes, y parece que va a acabar todo, que nadie va a poder agarrarte, que te vas a estrellar. Y luego está cuando, simplemente, tienes ganas de llorar. Parece como si te ahogases... piensas que te estás muriendo y luego te das cuenta de que solamente necesitabas soltar unas lágrimas. Pero no son unas pocas lágrimas, son las palabras que aún no han sido inventadas para describir lo que te ocurre, el dolor que sientes, la desesperación. Así que, simplemente, cuando te levantas por la mañana, piensas en lo basura que eres y te sientes y pones una gran sonrisa en tu cara. Porque, ¿sabes?, lo descubrí hace poco tiempo, pero la gente no quiere saber qué es lo que te pasa, quieren que estés bien para no tener que saber qué significa ese "es complicado", quieren escuchar un "bien" cuando te pregunten cómo estás, no un "quiero morirme" o un "no aguanto más". Y luego está la gente que te quiere, que hace todo lo posible por ti pero llega un momento en el que ves sus ojos tristes que te miran con impotencia y empiezas a mentir como si no pasara nada, como si todo fuese bien.

Llevo esperando mucho tiempo, la espera es larga, muy larga, y no sé si lo que hay al otro lado valdrá la pena. Estoy asustada, paralizada, no sé si quiero seguir avanzando, si me quiero quedar estancada aquí para siempre, porque lo desconocido me da miedo y sólo porque no sé si lo que vendrá será peor que lo que he pasado ya. Dos opciones: vivir o seguir así. Quiero la primera, pero me llama más la segunda.
Qué mierda.

viernes, 16 de agosto de 2013

Todo este tiempo he estado pensando en ti, en cómo he cambiado desde que te conozco. Con los años creces, unos antes que otros, pero todos lo hacemos, para bien o para mal. Hay cosas que te ocurren y te hacen ser fría, distante, indiferente a lo que pasa a tu alrededor, porque desarrollas esa forma de actuar como forma de autodefensa. Otros, en cambio, se sienten felices y emocionados por lo que viene a continuación, pues lo anterior ha sido bueno.
Personalmente, me encuentro en el medio de los dos. Muchas personas me han tratado mal, pero sigo sonriéndoles y haciendo que todo va bien aunque duela, pero también estoy emocionada por el futuro, pero no el inmediato, sino el lejano. Uno tan, tan lejano que no tenga que ver a esa gente nunca más, que pueda ser yo, que no me controlen, que no me digan lo que tengo que hacer, que no me juzguen haga lo que haga.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Lo intento, pero, de verdad, no puedo más. Estoy muy cansada, harta, y tus palabras sólo aumentan mis ganas de morime ya. No sé qué he hecho para merecerme esto, pero, joder, lo siento.

martes, 13 de agosto de 2013

Hay amistades que duran toda la vida, que, aunque vivieseis para siempre, perdurarían eternamente. Te apoyas en la otra persona, es tu roca, parece como si fuerais familia, es casi como si os hubieran separado al nacer. Os protegéis como hermanos, porque, realmente, eso es lo que sois. Os encanta pasar el tiempo juntos y os comprendéis entre vosotros. Es bonito eso de saber que puedes contar con otra persona pase lo que pase, que siempre va a estar ahí; que cuando estés mal y llores puedes apoyarte en su hombro, que cuando te caigas ese alguien te levantará. ¿Cómo darle las gracias a esa persona cuando no existen palabras para expresar tu gratitud? ¿Cómo agradecerle todos esos ratos, esos momentos en los que te hizo reír con unas simples palabras, todos los recuerdos? ¿Cómo decirle a esa persona que intentarás que vuestra amistad dure todo lo posible porque realmente es importante?
Bueno, aunque no sea todo lo que me gustaría decirte, pues quizá aún no hayan inventado palabras para expresar lo que siento, muchas gracias por todo.

sábado, 10 de agosto de 2013

Dolor. Una palabra pequeña para todo lo que abarca. Dicen que es bueno sentirlo de vez en cuando, te enseña a ser fuerte, pero en esos momentos no piensas que después todo irá mejor, simplemente quieres que termine, que ese dolor que con tanta fuerza se retuerce en tus entrañas y te impide buscar algo mejor cese, que dejes de sentirlo, porque es malo, no te gusta, te hace sentir sola y desesperada. Bueno, he llegado a la conclusión de que no se puede estar así toda la vida, así que voy a buscar un resquicio de luz en esta ventana oscura, intentaré ser mejor y olvidar el resto, lo que digan los demás no importa.

viernes, 9 de agosto de 2013

Y no cambia nada.

Los ojos me queman por las lágrimas no derramadas; la garganta me arde por no haber emitido los sollozos que con tanta fuerza quieren salir; los pulmones se me obstruyen por el aire que parece no entrar en ellos; se me quiebra la voz por las palabras que no consiguen salir mas que atropelladamente.
Y lloro.
Y no cambia nada.
Parece mentira cómo unas palabras pueden hacer a una persona querer suicidarse o incluso hacerlo.
Palabras... La gente piensa que son sólo eso, palabras, pero se pueden convertir en cuchillas, puñales, dagas, que a su vez pueden derivar en cortes, arcadas, vómitos.
No, no voy a decir "así que pensároslo antes de decir nada" porque ¿para qué? Ellos sólo piensan en sí mismos, si los demás sufren les da igual. Lo importante es que ellos estén bien, no tú. Lo importante es que ellos rían y tú llores. Lo importante es que ellos se sientan bien al decir lo que piensan de lo estúpida o inútil que eres y tú no puedas contestarles porque, como muestra de madurez, no van a escucharte. Lo importante es que ellos disfruten, sonrían, mientras tú te pasas la puta vida pensando que podrías ser mejor, que podrías demostrarles que eres diferente, que no eres tan mierda como realmente parece.

miércoles, 24 de julio de 2013

A veces, simplemente, no encuentras las palabras exactas para definir cómo te sientes. Incluso, de vez en cuando, ni entiendes qué va mal. ¿El problema es tuyo? ¿De los demás? ¿Del entorno? ¿Qué anda mal, porque te da la sensación de que te vas a caer en cualquier momento y de que nadie va a poder sujetarte?
"Lo siento."
Son dos palabras que abarcan mucho, ¿sabes? Siento cosas que no son por mi culpa pero aun así siento como si lo fueran. Siento cosas que tenían que pasar por alguna maldita razón, no estaban en mis manos. Se me forma un nudo en el estómago y... Hoy no me salen las palabras, hoy es un día gris. Me he dado cuenta de que absolutamente todo ha cambiado. Tú no eres la persona de antes y yo tampoco. Tus actos definen quién eres y yo ya ni siquiera sé quién soy. ¿La mala? ¿La buena? ¿Qué importa? Sólo son etiquetas, puedes ser mala en tal momento y al rato ser buena. Cambiamos, eso ya lo he asumido, pero eso no quita que siente mal, porque ¿a quién le gusta cambiar? Pero los sentimientos no cambian, siguen ahí, esperando aflorar a la superficie en cualquier momento, y, joder, duele.

Preguntas pero no obtienes respuestas, así funciona.

Me he dado cuenta de que la vida da muchas vueltas. Ayer tan sólo eras una niña y mírate ahora, llorando. ¿Qué ha sido de esos momentos en los que reías sin parar? ¿De esos ratos sin ninguna preocupación y sólo en mente lo que harías a continuación? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué te han obligado a crecer? ¿Por qué has cambiado? ¿Por qué vomitas? ¿Por qué te cortas? ¿Cómo has llegado a esto?
Ahora es cuando me doy cuenta de que ellos se han equivocado. Claro que no es fácil, las cosas malas tal vez te hagan fuerte, pero ¿a qué precio? ¿Qué consecuencias tiene? ¿Qué cosas hace que cambien? No lo entiendo y parece que nadie tiene las respuestas. "Las cosas pasan por una razón." Vale, está bien, ¿qué razones son esas? ¿Son buenas, son malas, QUÉ? Preguntas pero, ¿sabes?, nadie va a responderte, así funciona esto, lo tienes que averiguar tú sola. Da igual que estés al borde del suicidio, en tus días malos o de bajón, estás sola, como lo has estado siempre.

domingo, 14 de julio de 2013

Te has ido y, no sé por qué, me he venido abajo. Es extraño, nunca pensé que sucedería, pero ha pasado. Creo que a veces espero demasiado de la gente, supongo que pensé que no cambiarías, que no te dejarías influenciar por otras personas y que seguirías siendo como a mí me gustaba, pero, sí, las cosas cambian, y de qué manera.

miércoles, 3 de julio de 2013

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¿Sabes?, te hablo desde ese agujero negro que hay en tu mente. Ya sabes, el que te impide avanzar y te oprime el pecho cada vez que tratas de buscar la solución. El que te hace respirar aceleradamente sólo pensando en lo malo que puede pasar. Sé que es difícil, pero estoy intentado salir, sonreír de vez en cuando, pensar menos en negativo, intentar no enfadarme con todo el mundo por mis problemas, pero es difícil, ojalá fuese sencillo. Siento ser inaguantable a veces, pero, joder, nadie lo entiende. Cansa que ocurra lo mismo una y otra vez, ojalá parase ya. Sé que ellos no tienen la culpa, pero no lo puedo evitar.

A.

Piensas que algo va a ser para siempre y, una vez más, te equivocas. Sabes que vas a echar de menos estar todo el rato con esa persona, reíros de cualquier estupidez que se os pase por la cabeza, llorar sobre el hombro de la otra, hacer payasadas juntas. ¿Quién diría que os haríais tan amigas en un año? Ninguna se lo imaginaba cuando la profesora os dijo que os ibais a sentar juntas, y mira ahora, como si fuerais hermanas. Una de ellas no sabe ni cómo darle las gracias por ser tan buena amiga y de las mejores personas que ha conocido, a pesar de ser una bocazas, como ella dice, pero a su amiga eso le parece bien, significa que tiene carácter, que es fuerte, que no se va a dejar tumbar por nadie. Le encanta que se ría cuando ella dice alguna tontería, que en cuanto alguien le diga algo ella salte y la defienda, que le diga las cosas a la cara y que sea sincera, bailar con los brazos pegados al torso, gritar por la calle como si acabaran de salir de un manicomio. Porque, si no es con tus amigos, ¿con quién vas a hacer el tonto?

jueves, 13 de junio de 2013

Me parece increíble que una persona que diga que confía en ti no te cuente las cosas. Y lo que es peor, que me tenga que enterar de otras bocas. ¿He hecho algo para que me hagas esto ahora? Hasta donde yo sé, siempre he estado ahí. Cuando has llorado, estaba; cuando estabas de mal humor, te aguantaba. Y ¿ahora qué, eh? ¿Me lo pagas así? Por lo visto ya no se puede confiar en nadie.
Moriré siendo como nací, moriré igual. No importa las veces que me hayas insultado o ridiculizado, seguiré siendo igual. Sí, no voy a cambiar, ni por ti ni por nadie.

martes, 11 de junio de 2013

Me gustaría liberarme de las ataduras que tengo a tu nombre, a tu recuerdo, pero sólo con imaginármelo me parece imposible. ¿Cómo has conseguido calarme tan hondo y por qué no lo he evitado yo?

domingo, 26 de mayo de 2013

Nottintreed (sin terminar)

 Las noticias corrían como la pólvora en Nottintreed. Era por eso por lo que prácticamente toda la ciudad sabía de la desaparición de Lil Watson unos minutos después de haber ocurrido. Su madre, una mujer que siempre parecía estar en un estado de demasiada tranquilidad para ser normal, pidió ayuda a gritos a las cuatro de la mañana, después de que a sus pastillas se les pasara el efecto, al darse cuenta de que su hija de siete años no estaba durmiendo en su cama como ella pensaba, a pesar de que no la había visto desde el mediodía, aunque ella no lo recordara.
El coche de policía llegó una hora después, cuando por fin la vecina de los Watson, la señora Carlton, consiguió tranquilizar a la madre de Lil y ésta le contó lo que había ocurrido al borde del llanto.
—¿Cuántos años tiene su hija? —preguntó el agente de policía, un hombre fornido con el pelo negro hasta los hombros.
—Si-siete —contestó la señora Watson, mientras su patio se llenaba de gente a la que, como pensaba ella, seguramente no le importaba su hija. Frunció el ceño—. Pero ella nunca se escaparía, nunca haría eso…
<<Claro>>, pensó el agente, <<ninguno de estos mocosos se escaparía nunca, como siempre>>.
Tomó nota de lo que le dijo la mujer y volvieron a la comisaría a por más policías. La señora Carlton acompañó a su vecina dentro de su casa y esperaron noticias.
Pero nadie llamaba, y la desesperación llenó el cuerpo y la mente de la señora Watson, haciendo que le fuera casi imposible estar sentada en el sofá sin hacer nada; haciendo que diese vueltas por toda la casa; haciendo que el nerviosismo fuera contagioso y que la señora Carlton acabara de pie andando de un lado a otro y, finalmente, haciendo que la madre de Lil, enfundada en una chaqueta, saliera en busca de su hija, gritando su nombre por la calle, uniéndosele, después, más voces que llamaban a la niña, que, según decían los telediarios, se había perdido el 27 de julio en Nottintreed a las cuatro de la madrugada.


Algo brillaba en la oscuridad. Lil lo vislumbró en a lo lejos. En el colegio le habían dicho que los cosas brillaban bajo la luz de la Luna, y si se movía sería por el viento. Pero no tenía tiempo de preocuparse de cosas como esas, pensó, aún llorando, mientras bajaba la mirada al objeto de metal que le atravesaba la pierna y no le dejaba moverla. Ella ya había visto cosas como esas en los dibujos, cuando Tom intentaba atrapar a Jerry. Trampa, le había dicho su madre que se llamaba. La palabra rondó por su cabeza. ¿Cómo tenía que quitarse la trampa? En los dibujos, Jerry siempre conseguía salir de ellas, pensó la niña, pero él no lloraba y tampoco parecía que le doliese.
Pero a ella sí.


Los agentes de policía buscaban por los alrededores. Unos iban en coche, otros, a pie. Los vecinos se habían solidarizado y corrían de un lado para otro buscando a la niña.
La señora Watson había decidido buscar en el parque al que la llevaba cuando era más pequeña. El columpio rojo, el tobogán amarillo y el balancín azul, lugares en los que Lil se había columpiado, por los que había saltado o brincado; lugares en los que había llorado cuando a la señora Watson la llamaron del Ejército, después de que Michael hubiera pisado accidentalmente una mina y hubiera volado en pedazos, y su mujer de lo había tenido que contar a su hija porque no podía disimular las lágrimas que le cegaban los ojos y le impedían ver cómo Lil la rodeaba con sus pequeños brazos mientras le decía que no llorase.
En el parque había una mujer con un bebé en el tobogán. Cuando la vio acercarse mirando a todos lados menos a ella, la llamó por su apellido. La señora Watson se giró enseguida.
—¡Hola! —exclamó la mujer, cogiendo a su hijo y aproximándose a ella. La mujer se imaginó las pintas que debía tener, con el pelo revuelto, en pijama y con ojeras por las pastillas y las noches sin dormir, pero no le importó. La madre del niño sonrió apenada cuando la señora Watson la miró—. Siento muchísimo lo de su hija.
Su madre no sabía qué decir. ¿Gracias? ¿Qué demonios se decía en esos casos?, pensó, todavía enfadada consigo misma.
—Me preguntaba —dijo la mujer— si le importaría que la ayudase a buscar a Lil. —La señora Watson la miró sorprendida. Nadie antes le había peguntado si quería que la ayudasen—. Tranquila, no soy una loca ni… Bueno, la conozco, es una niña encantadora siempre juega con Daniel —señaló a su hijo cuando pasa delante de mi casa. Con la edad que tiene es muy inteligente. Y siempre habla de usted… Quería conocerla y, aunque las circunstancias no sean buenas, me alegro de hacerlo. Me llamo Rose. —Le tendió la mano.
La señora Watson se la estrechó sin miramientos con lágrimas en los ojos.
—Llámame Claire, por favor.


Daniel estaba sentado en su carrito. Rose se lo había comprado el mes pasado porque había crecido demasiado para el antiguo. El nuevo era verde y tenía un cinturón negro que se enganchaba desde abajo. Claire lo miró y no puso evitar pensar en Lil, quien había ido en uno de esos carros hasta hacía unos años. << Ya soy mayor >>, le había dicho con una de sus sonrisas más deslumbrantes, <<no me hace falta>>, y su madre la había mirado orgullosa. En ese momento lo recordó con tristeza. ¿De verdad quería que su hija creciera?
Rose miró a Daniel y suspiró.
  —Ya te has quitado el cinturón otra vez, ¿verdad? —murmuró mientras se lo abrochaba de nuevo. Claire sintió envidia: la mayoría de la gente no apreciaría aquel gesto, pero Lil no estaba ya con ella y habría dado cualquier cosa por que volviera.



La herida de la pierna le parecía más profunda. Lil intentó por enésima vez quitarse la trampa, pero sus pequeñas manos apenas tenían fuerza para abrirla durante más de unos segundos. Lo había intentado tantas veces que sentía cómo el objeto le perforaba el músculo y que en breve llegaría a tocarle el hueso. Pero seguía siendo positiva; mamá la encontraría, la abrazaría y le diría lo orgullosa que estaba de ella por haber aguantado aque dolor sin apenas soltar unas pocas lágrimas.
Sí...


—La niña de 7 años, Lil Watson, de Nottintreed continúa desaparecida. Si la han visto, llamen al número que aparece en pantalla.
Claire observó la fotografía de la función del colegio de su hija desde fuera de una tienda de electrodomésticos a la que solían ir. En cuanto el dependiente de la tienda la divisó en la calzada, corrió hacia ella y le repitió hasta la saciedad cuánto sentía lo de su hija. Rose la miró mientras Claire asentía como ida y se preguntó cómo se sentiría ella al perder a su hijo. Opinaba que a se habría vuelto loca. <<Ella lo lleva demasiado bien>>, se sorprendió pensando, y al segundo lo apartó de su mente. Era su hija.


No debería haber ido, lo sabía, pero era uno de esos días en los que echaba más de menos a papá. Todos los sábados, sin excepción, iban al bosque y le enseñaba los animales y le decía los nombres de las plantas. Pero nunca había ido sola y ese día se preguntó si su padre podría haber estado escondido durante años, esperándola. Con esa idea en la cabeza, se adentró en el bosque Lovegood y lo recorrió de una punta a otra mientras observaba los animales. Cuando ya iba a caer la noche,  tropezó y cayó al suelo. Miró hacia el causante del tropiezo y no pudo aguantar las lágrimas. En ese momento era muy pesimista, así que una idea terrorífica brotó de su interior, haciéndola gritar como nunca antes lo había hecho: no iba a volver a ver a mamá.


—Maron, ¿tenemos el número de la madre de la niña?
El aludido se giró hacia su sargento con el ceño fruncido.
—Sí. Hemos  intentado llamarla, pero no lo coge. Supongo que estará buscando a su hija. —Su superior no pareció muy contento con la respuesta y le ordenó que saliese en su busca.
Esa noche pensaba regresar pronto a casa, cenar algo rápido con su familia y acostarse temprano por la falta de sueño tras haber dos días despierto trabajando en otro caso. Arropado ya hasta las orejas, recibió una llamada de la comisaría que también despertó a su mujer: una niña de siete años había desaparecido.
Ahora, en el coche, el nombre de Lil Watson revoloteaba en su mente mientras conducía mientras conducía hacia la casa de la familia de la niña, con Thompson a su lado. Recordaba haber oído ese nombre antes en algún sitio, pero no acertaba a saber dónde había sido.
Sin casi darse cuenta, la casa de dos plantas de los Watson apareció ante ellos.


La señora Carlton seguía a la espera de noticias. Claire le había pedido que se quedara en casa por si Lil regresaba mientras ella estaba fuera, prometiéndole que llamarla si había alguna novedad.
Mientras daba vueltas de un lado para otro, alguien llamó a la puerta. <<Lil>>, no puedo evitar pensar. Después de haberla visto crecer casi tan de cerca como su propia madre, lo que más deseaba era que volviera. Entonces le vino a la mente el día en que, hacía tres años, Lil le había dicho que ella era su abuela, a pesar de saber que ellas no eran realmente familia.
Con el corazón en un puño, se dirigió hacia la entrada y abrió de un tirón. En el umbral había dos hombres.


—Claire, ¿a qué sitios solíais ir? Quizá Lil esté en alguno de ellos. 
La idea de Rose le golpeó como si le doliese. ¿Cómo no se le había ocurrido?
—El parque. —Pero ahí ya habían estado, por supuesto. Después de haberlo recorrido entero, fueron hacia el centro de la ciudad, donde sólo encontró más gente que decía que sentía lo de su hija, aunque ninguno parecía por la labor de ayudar. El botecito de las pastillas le llamó más que nunca—. Hay un restaurante de comida rápida calle abajo. Solíamos ir allí todos los miércoles. —¿Por qué hablaba en pasado?
—Vamos, pues, quizá esté allí.
Claire hubiera notado el titubeo de su voz a kilómetros.


Al llegar a la casa, la mujer que había llamado a la comisaría, la vecina de la señora Watson, la abrió la puerta. Cuando Maron le preguntó si sabía dónde se encontraba la madre de la niña se echó a llorar. En su profesión le habían enseñado a tener sangre fría, pero al recordar por fin de qué le sonaba el nombre de Lil Watson, no pudo evitar acercarse a la mujer, rodearle los hombros con un brazo e instarla a que pasara dentro.
El invierno de hacía cuatro años, cuando no estaba de servicio, Maron recibió una llamada que le haría faltar al trabajo durante una semana, llamar a toda su familia y llorar a solas durante noches en la intimidad de su cuarto: su hermano pequeño, Louis, había muerto. <<Decenas de cadáveres>>, había acertado a asimilar de la conversación, <<su hermano está entre ellos. Lo sentimos>> . Y claro que debían sentirlo, pensaba, ¿cómo no iban a estar preparados para un ataque sorpresa?
Una semana después, el sábado, el Ejército organizó el funeral de los caídos. Margaret le cogió del brazo en mitad de la ceremonia, cuando escuchó el nombre de su hermano y mostraron su ataúd. Entonces la vio: una niña menuda con el pelo rizado que se abrazaba a su madre a la altura de sus piernas mientras miraba el ataúd del que debía ser su padre, en la otra punta del sitio en el que se encontraba. Sus miradas se cruzaron y la niña sonrió a pesar de que unas lágrimas surcaban su rostro; Maron apartó la mirada.
Cuando terminó la ceremonia, cada uno se dirigió hacia el lugar donde descansaba su familiar. Maron le dijo a su mujer que se fuera con los niños y que él volvería más tarde. Se quedó en frente de la tumba, hablando consigo mismo, mentalizándose de que ahora debería continuar con su vida, cuando la niña se acercó andando despacio.
—Hola —dijo en tono alegre. Maron divisó a su madre a lo lejos y miró a la niña extrañado. 
—Hola.
—¿Quién es? —preguntó mirando la tumba, y Maron tragó saliva.
—Mi hermano.
—Yo he perdido a mi padre —el tono que utlizó sorprendió al policía, como si fuese lo más normal del mundo—, pero sé que me vigila desde allí. —Señaló el cielo—. Aunque aun así le echo mucho de menos. ¡Seguro que tu hermano también nos está escuchando ahora! —Le brillaron los ojos y suspiró profundamente—. Al menos ya no sufren. Ya sabes, por la guerra. Aunque los que seguimos aquí lo hacemos por ellos. —Las palabras de la niña hicieron que se le encogiera el corazón—. Mamá ahora llora siempre y casi no sale de su habitación. A veces Bu-bu tiene que venir a prepararnos la comida porque mamá no quiere salir de casa, pero no importa. Ahora que papá no está tengo que cuidar de mamá y mientras ella llore, yo le haré sonreír. ¡Y tú tienes que sonreír también! —Una sonrisa triste se dibujó en su rostro—. Papá siempre decía que si sonríes contagias a todo el mundo, como en el bosque, que nuestras risas tienen eco y los pájaros cantan...
—¿Cómo te llamas? —Le preguntó de rodillas frente a ella, imnotizado por sus palabras.
—Lil. Papá y mamá me lo pusieron porque cuando era un bebé era muy pequeña. Lil Watson, ¿te gusta? —Sonrió, y Maron no pudo evitar haer lo mismo.
—Muchísimo.

La señora Carlton necesitó varios minutos para serenarse cuando llegaron los policías. Tenía tantas esperanzas en la persona que llamaba a la puerta que no pudo evitar echarse a llorar cuando descubrió quiénes eran en realidad.
—No lo sé —contestó cuando el policía del pelo negro le preguntó dónde se encontraba Claire—, dijo que me llamaría si había noticias.
—¿Sabe si lleva el teléfono móvil encima? —inquirió su compañero, tenso, mirando las lágrimas que se estaba enjugando la señora Carlton. Era más joven que el otro y el cabello castaño le llegaba hasta las orejas. Se pasó una mano por él y entornó los ojos cuando la mujer asintió—. ¿Puede darme su número?
La señora Carlton fue en busca de teléfono móvil, que había dejado encima de la encimera por si Claire llamaba y les dijo a los policías los X dígitos con voz temblorosa.
Una vez más calmada, cuando los policías ya habían regresado a la comisaría después de comentarla que si neesitaba algo les avisase, se dirigió al baño a lavarse la cara. ¿Cómo podía haber llorado delante de ellos?, se preguntó mirándose al espejo. Observó las patas de gallo que le habían salido con los años y frunció el ceño. Le había enseñado a Lil que jamás debía llorar, que tenía que ser fuerte, pero ¿a quién quería engañar? Todos necesitaban llorar alguna vez, no era una forma de mostrar debilidad. ¿Desde cuándo decía esas cosas? ¿Por qué le había dicho eso a Lil? No pudo evitarlo: recordó a Frank, que había sido asesinado hacía ya 10 años, y se le humedecieron los ojos una vez más. Se había prohibido llorar desde que el asesino de su marido le hubiese visto hacerlo y se hubiese reído. Pero todos lloraban, se recordó de nuevo. Su cerebro se puso en su contra y se imaginó que Lil no volvería. Notó dificultad al respirar y el corazón se le aceleró. Sintió un leve dolor en el brazo izquierdo, pero lo atribuyó al cansancio; no pensó que en dos minutos dejaría de dolerle, que las lágrimas le caerían a una velocidad de vértigo tras entender lo que ocurría y que no llegaría al teléfono, que lo de Lil la superaba, que no podría aguantar otra pérdida. Tiró al suelo todos los productos que había encima del lavabo tratando de mantenerse en pie y aterrizó en el suelo con los ojos cerrados. Lo último que vio fue la cara de Frank sonriendo. <<Te echo de menos>>, murmuró por lo bajo, y todo se volvió negro.


Cuando miro atrás, muy, muy atrás, cuando aún era una niña, siento nostalgia. Siempre estaba sonriendo y cualquier cosa me ponía contenta; ahora es todo lo contrario. Tengo impulsos de llorar a cada rato, veo injusticias que no son denunciadas por todos lados. Y me pregunto "¿qué puedo hacer yo?" Bueno, ya he encontrado una respuesta para eso: nada, absolutamente nada. ¿Quién va a creer a una niñata inmadura que sólo piensa en ella misma, que no tiene problemas, que llora a escondidas para llamar la atención?
Ahora vendrían los típicos comentarios de que me creo mayor. No, quizá no sea adulta, pero tampoco soy ya una cría. Me han obligado a madurar antes de tiempo y quizá por eso ahora veo inmadurez por todas partes. Sí, he conocido a gente que no era para nada inmadura, pero poca ha sido, y ya estoy harta. No tendría por qué aguantar a gente tan idiota y estúpida.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Y tú estabas ahí, conmigo. ¿Dónde quedó todo eso? Los besos, los abrazos inesperados, las sonrisas, las miradas. ¿Por qué dejaste que me alejara? ¿Cómo te pudo dar igual?

martes, 14 de mayo de 2013

"La mejor época de tu vida", dicen.

Últimamente tengo muchos altibajos. Me han dicho que será por la edad, pero no creo que ser adolescente implique pasarlo mal casi todo el tiempo. O sí.
Porque, no sé los demás, pero yo odio estar triste, tener ganas de que termine todo de una vez, querer que me olviden para que me dejen en paz.
Quiero olvidar las palabras falsas que salen de su boca y los insultos que salen de las suyas. Quiero que me entiendan, que no me echen en cara todas las cosas malas que he hecho cuando estoy intentando mejorar.

domingo, 12 de mayo de 2013

Lo mismo de siempre.

Apoyarte en una sola persona y que te deje caer. Confiar en ella y que te mienta. Creer sus mentiras y acabar decepcionada.
Siento que de verdad no lo entiendes. No sé si lo intentas, pero, de verdad, no lo haces. No sabes lo que los insultos hacen en mí, lo que me provocan; las ganas de llorar, de acabar con todo, los pensamientos de que no valgo nada, de que ellos tienen razón. No lo entiendes, tú no has pasado por esto.

viernes, 10 de mayo de 2013

A veces pienso que todo va a acabar. Me imagino por un momento que voy a ser por fin feliz, que no voy a tener más problemas, que voy a poder disfrutar el tiempo que paso con la gente que quiero y que no voy a volver a llorar por la noche cuando llegue a casa. Pero entonces vuelven las lágrimas, las ganas de acabar con todo, los momentos en los que inevitablemente me derrumbo. Las ganas de gritar y dejarme la voz por las cosas que no soy capaz de expresar con palabras, porque nadie lo entiende.
No quiero esto, por favor, no me obligues a hacerlo.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Nadie.

Dicen que te quieren y después se van. Todos se van porque ¿para qué quieren a alguien que está rota, que no sonríe, que no es feliz? Nadie quiere a una chica así y nadie la querrá jamás.

lunes, 6 de mayo de 2013

Esa sensación de vacío en el pecho es constante, no desaparece nunca. Nunca.

Y nada bueno pasa.

Estoy harta de estar cabreada, joder. No quiero estar triste, sino levantarme con una gran sonrisa todos los días y estar emocionada por lo que pueda pasar ese día. Quiero que dejen de joderme la vida insultándome, porque mi autoestima ya está por los suelos como para bajármela más. Quiero dejar de estar enfadada, de sufrir, de llorar, de sentirme mal, de asquearme de mí misma, de echar de menos a gente. Quiero que mi madre deje de pensar que soy una mala hija, estar contenta con mi cuerpo y con mi peso, dejar a un lado todas las inseguridades y ser yo misma con los demás. Quiero que mi vida de un giro de 180 grados, que cuando conteste al "¿cómo estás?" ese "bien" sea real. Quiero dejar de llorar todas las noches en silencio. Quiero que alguien me entienda y me ayude a buscar una solución a mis problemas.
QUIERO QUE TODO ESTO PASE, JODER. LO NECESITO.

sábado, 4 de mayo de 2013

Todos los días lo mismo de siempre: salir y colocar una sonrisa falsa en mi cara. Porque, ¿sabéis?, nada va bien y nadie se da cuenta.

martes, 23 de abril de 2013

Otra vez.

Miró el suelo ensangrentado y soltó la cuchilla entre lágrimas. Otra vez.
Siempre se decía a sí misma que ese día pararía, que lo solucionaría, que encontraría otra forma.
Pero eso nunca ocurría.
No eran sólo las burlas ni el hecho de no quererse, sino la misma mierda de todos los días, los problemas que parecían no tener solución, el miedo de levantarse otra mañana más, las ganas de no volver a despertar después de haberse dormido. 
Se dijo entonces que le gustaría ser más guapa, más delgada, otra persona; despertar todos los días con una reluciente sonrisa, gustarle a alguien; volver a casa y que su familia la recibiera con los brazos abiertos en vez de a gritos; reír en vez de llorar y no tener que pensar más que en qué ropa se pondrá mañana; poder aprenderse un tema con tan sólo leerlo para que su madre no la llame inútil; mirarse en el espejo y no avergonzarse de lo que ve.
Agarró la cuchilla de nuevo y la hundió más al fondo.
Y deseó por enésima vez desangrarse y morir de una puta vez.

domingo, 14 de abril de 2013


Hay algunos días en los que, incluso no sabiendo por qué, te sientes triste. Parece como si el mundo fuese gris, no tienes motivos para sonreír o simplemente no quieres.
Hoy es uno de esos días.

miércoles, 10 de abril de 2013

Vivo con miedo. Miedo de que me veas por los pasillos y me insultes para que todo el mundo se ría. Miedo de que los pocos amigos que tengo se cansen de mí por ser tan gilipollas. Miedo de que te des cuenta de que me duelen tus insultos. Miedo de que me veas llorar. Miedo de que veas cómo me derrumbo porque sí que me importa lo que la gente dice. Miedo de que tus amenazas se conviertan en realidad. Miedo de mí misma por lo que pueda hacer si esto no cambia. Miedo de que pueda tomar una decisión que le cambie la vida a mi familia. Miedo de que me encuentren tirada en el suelo del baño. Miedo de lo que provocas en mí. Miedo de ti.

lunes, 8 de abril de 2013

El problema cada vez es más gordo y no sabes cómo solucionarlo porque la oscuridad es más profunda y te arrastra con ella. Te dicen que todo se solucionará, pero eso nunca pasa. Siempre es lo mismo. Pero, dicen, siempre hay algo por lo que seguir luchando. Te puedes caer dos veces, pero levántate tres; puedes derrumbarte cuatro veces, pero recomponte cinco. Piensa en alguien al que le importas y hazlo por esa persona, porque él o ella se lo merece.
Sé que a veces parece como si no le importaras a nadie, que no hay nadie en el mundo que te quiere, pero no es así, siempre hay alguien. Piensa en algo que te haga sonreír y continúa en pie, sin caerte, y si no se te ocurre nada, te lo inventas, que para eso existe la imaginación. Cuando la realidad sea insoportable, en el caso de que te guste hacerlo, lee un libro. O la música ayuda. O el chocolate. O el helado. Lo que sea, pero sigue luchando. Siempre.

lunes, 1 de abril de 2013

La gente te mira, pero no te observa atentamente. La gente te oye, no te escucha.
Si te observaran atentamente vería que ya nunca llevas camisetas de manga corta por los cortes en los brazos. Si te escuchara habrían entendido que estás pasando por un mal momento y que no ves la salida.
Tendría que haber siempre alguien ahí.
Diferente, pero no rara.
¿Por qué designas a una persona que no conoces con ese adjetivo? No lo entiendo.

Defectos.

No os imagináis el dolor que pueden provocar vuestras palabras, o sí lo sabéis y no os importa, no lo sé. No sabéis las veces que me como la cabeza por lo que me decís pensando si debería cambiar, si hay algo malo en mí. Si algún día le gustaré a alguien.

miércoles, 20 de marzo de 2013

No lo sabes.


Ojalá supieras todas las veces que lloré por ti, las lágrimas inútiles que derramé porque ese día no me habías sonreído, saludado o si quiera mirado; las veces que me he limpiado los ojos en una toalla y la he tenido que tirar a lavar porque estaba manchada de negro; las veces que me he pasado la noche entera despierta pensando en ti mientras lloraba en silencio; las veces que he cogido la cuchilla y he manchado el suelo de rojo; las veces que le he deseado la muerte a ella por estar contigo; las veces que he esperado que me hablaras y me dijeras que todo iba a ir bien; las veces que mis dedos han estado en mi boca; las veces que he dejado de comer pensando que a ti te gustan más delgadas; las veces que me he maquillado más de la cuenta para tapar las ojeras de insomnio provocado por ti; las veces que he gritado tu nombre en mis pesadillas y no estabas ahí cuando despertaba; las veces que te he odiado por no darte cuenta de lo obvio y de lo que todo el mundo sabe. Las veces que he intentado acabar con esto pero no he sido capaz; las veces que te he mirado mientras tú la mirabas a ella; las veces que he gritado con todas mis fuerzas por el dolor indescriptible y persistente en el pecho; las veces que la tristeza ha podido conmigo y me he derrumbado; las veces que he querido arrancarme el corazón para que dejase de latir.
Pero no lo sabes.

Complejos.

Me molesta mucho ver cómo a gente a la que quiero la tratan mal simplemente por el hecho de estar gordos, ser feas o venir de otro país. Sé qué es lo que sienten y sé personalmente que es una mierda. Ellos no saben cómo te hacen sentir sus palabras, el daño que hacen. No es físico, pero por eso no deja de ser un problema. ¿Qué te parecería si te dijese que cuando ella se mira al espejo sólo ve la palabra "fea" grabada en su frente? ¿Y si te dijese que ella, al estar gorda, vomita todo lo que come y tira un plato de comida entero? ¿Y si te dijera que él, al ser de otro país, no se siente bien yendo a algún sitio por si lo miran mal? ¿Qué te parecería saber que cada vez que me dicen "guapa" recuerdo tus estúpidas palabras y pienso que me están mintiendo? ¿Y si supieras que ella se corta todas las noches pensando que nadie la aprecia, que nadie la quiere? ¿Sabes que él llora todos los días y que nadie se lo imagina? ¿Sabes cómo se siente ella cada vez que la ridiculizas en frente de todo el mundo? ¿Te habías imaginado siquiera que sus padres le pegan y no sabe cómo solucionarlo? ¿Qué me dirías si supieras que ella parece muy feliz pero que una gran sonrisa esconde toda la tristeza que tiene dentro? No hace gracia lo que dices, así que, simplemente, cállate.