Traductor

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Por última vez.

Ha ocurrido demasiadas veces. Lo pienso yo pero no lo digo.
¿Por qué? ¿Qué he hecho?
Me he caído y por fin me he levantado.
No volveréis a hacerme esto. Nunca más.
Al fin he salido de este agujero oscuro.
¿Me ves? Sigo aquí.
Por última vez me veréis triste.
¿Me oyes? Nunca más.

martes, 24 de septiembre de 2013

Hasta pronto (ojalá).

Se han ido todos, incluido tú. No te dije todas las cosas que debería haberte dicho. Que te quería, por ejemplo. Que esa estúpida pelea no significó nada. Que era idiota y no sabía lo que tenía.
Ahora que te has ido sólo puedo pensar en cuánto te echo de menos. Duele, de verdad, duele mucho.
                                   
                                             

domingo, 22 de septiembre de 2013

No puedo creer que vaya a decir esto, pero gracias.
Nunca me gustaste, pero, como casi todas las personas que han pasado por mi vida, me has enseñado algo. Me he dado cuenta de que estaba ciega y tampoco quería dejar de estarlo. Tenía una venda sobre los ojos y tú me la quitaste de un tirón, sin importarte si me hacías daño o no, y en parte te lo agradezco.
Gracias por hacer que me diera cuenta de que las historias que leía de pequeña en mis libros eran mentira. No existe ese tal príncipe azul que te salve cuando el malo, que podrías ser tú misma, consiga hacerte caer.
Gracias por haber hecho que descubriera la verdad. El exterior, eso es lo que les importa. No ven nada más. Somos personas vacías porque ellos nos hacen serlo, nos hacen pensar que vale todo con tal de ser guapa y delgada. Dejamos de ser nosotros mismos por vosotros.
Gracias por haber hecho que mi estado de ánimo cambie a uno más acorde con la situación. Debo estar triste, nada de esto merece la pena. Así lo dicen ellos.
Gracias por haberme insultado y haber hecho que me valorara lo mínimo. Era ese tu propósito, ¿verdad? Reírte mientras yo me preocupaba por lo que los demás pensaran. Por si me miraban mal. Por si se mofaban de mí por gustarme o hacer tal cosa. Pues lo he dejado de hacer. Todo. Por ti.
Gracias por insultarme por cosas que yo creía que eran buenas. Por hacer que me dieran ganas de ser invisible para que nadie se diera cuenta de lo fea que era o lo gorda que estaba. Dios, ya casi no puedo ni salir a la calle.
Gracias por haber hecho que tenga que mirarme en el espejo tropecientas veces antes de salir para asegurarme de que no vaya demasiado horrible. Alguien me podría ver, ¿no?
Gracias por hacerme despreciar las cosas en las que creía. Qué equivocada estaba. Tú tienes razón.
Gracias por humillarme para que ellos se rieran. Me has hecho darme cuenta de que, a la hora de la verdad, sólo sé llorar. Unos lo llamaran sensibilidad. Yo lo llamo cobardía.
Gracias por haber hecho que me haya dado cuenta de todo lo malo que hay en mí.
Gracias, de verdad, por todo y más.

Capítulo 2.

  Formas crueles y despiadadas de matar a mi madre y a Rosa pasaban por mi cabeza en el momento en que Jorge y yo salimos de la casa. Éste tenía la mandíbula apretada y yo miraba al suelo mientras maldecía en mi fuero interno. No quería ver Santa Tricina, simplemente quería tumbarme en mi cama, mirar el techo y deprimirme ante la idea de ser la nueva de la clase. En mi anterior instituto los nuevos alumnos eran recibidos con miradas inquisitorias y murmullos rara vez agradables de oír. Pero, claro, eso no le ocurría a la guapas, delgadas y carismáticas, todo lo contrario a mí. Sobre todo lo último.
  Avanzamos hasta el bosque, a unos quinientos metros de la zona en la que se encontraban nuestras casas. En silencio. Uno muy incómodo. Yo no le miraba y tampoco notaba sus ojos puestos en mí, pero aun así quería salir corriendo de allí. Carraspeé al notar que me atragantaba con mi propia saliva. Él me miró.
  —¿Quieres agua? —me preguntó en tono sarcástico, y yo le miré frunciendo el ceño. Me mostró una sonrisa torcida, provocando que me girara hacia el otro lado. Nos dirigíamos hacia un bosque en el que los árboles tapaban lo que fuera que estuviera al otro lado—. ¿Qué, no hablas? —Al ver que seguía en mis trece y me negaba a entablar cualquier conversación con él, añadió en tono bajo—: Puedes hablar, ¿vale? No muerdo.
  Resoplé y le miré por fin.
  —Eres idiota. —Para mi sorpresa, echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. ¿Qué narices le hacía tanta gracia?—. Y ahora eres aún más idiota. ¿Se puede saber de qué te ríes? —le espeté molesta.
  —De ti —dijo aún entre risotadas.
  —Pues no soy tan graciosa. —Y apreté el paso.
  Oí a algunos pájaros cantar y no pude evitar sonreír. De pequeña tenía un periquito blanco y azul con el que tarareaba al ritmo de su silbido. Un día, cuando tenía diez años, mi tía Luisa vino a casa y se trajo a su gato. Se comió a mi pobre Pepe. Al recordar eso, me enfadé aún más. Estúpido gato.
  Jorge llegó a mi altura en tres zancadas. Estúpido él, sus piernas y el gato.
  —¿A dónde vas? Si te pierdes me matarán —comentó en tono divertido. Me giré para encararle.
  —Mira, hagamos algo: tú no me hablas y yo te ignoro, ¿de acuerdo? —Me estaba empezando a mosquear.
  —Tengo una idea mejor. Yo me voy a algún sitio lejos de ti y tú a donde te dé la real gana, ¿de acuerdo? —"¡Me está imitando!" No sabía si lo decía en serio, pero aun así caminé hacia la arboleda y me alejé de él. Pasé a toda prisa directa al otro lado del bosque y me encontré con un contraste que me descolocó durante unos segundos.
  Los árboles habían dado paso a una ciudad en miniatura. Dos edificios estaban a la cabeza y los coches corrían como locos de un lado para otro. Una churrería se encontraba justo en frente de mí y, al lado, una peluquería. Anduve por la acera unas cuantas calles hasta llegar a un parque. Atravesé la verja y el olor a pinos llenó mis fosas nasales. "Bonito", pensé boquiabierta. Las flores se encontraban por doquier, llenando mi visión de preciosos colores. Me dirigí hacia un banco y me senté. ¿Qué podía hacer durante todo ese tiempo? Fruncí el ceño preguntándome cómo me podía haber hecho aquello mi madre. La iba a asesinar.
  Observé cómo la gente iba de un lado para otro durante un rato, unos de la mano y algunos abrazados. Una mujer estaba jugando con su hijo y otra balanceaba a la suya en el columpio. Nadie me miraba y me sentía sola. No quería estar allí. De pronto, sentí unas ganas irremediables de llorar, pero, como había aprendido a hacer hacía ya mucho tiempo, me las tragué y di un respingo al escuchar que alguien me llamaba.
  —¡Por fin! —Jorge apareció en mi campo de visión. Con la mandíbula apretada (¿No sabía poner otra cara?) y su penetrante mirada gris estaba puesta en mí—. Te tomas las cosas al pie de la letra, ¿no? —me espetó, y yo le miré desde mi altura. Me interrumpió con un gruñido cuando fui a contestarle—: Era broma. ¿No sabes lo que es una broma? ¿Para qué coño te has ido corriendo?
  Abrí la boca, ojiplática. ¿Me estaba regañando? Me levanté del banco y le miré, ahora furiosa.
  —Deja de gritar. ¿Cómo quieres que capte tus supuestas bromas si siempre estás de cachondeo? —Su ceño se hizo más pronunciado y esta vez fui yo la que le cortó antes de terminar de decir lo que fuera que pensara—. Este rato ha sido mil veces mejor que todos los minutos que he estado contigo, así que vete a la mierda y déjame en paz. Sé volver sola, no soy estúpida.
  —Pues nadie lo diría.
  Ofendida, me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta. ¡Sería gilipollas!
  Noté sus pisadas detrás de mí apenas avancé un par de metros, pero no me giré. Fui directa hasta el bosque por el que había entrado y me senté al pie de un árbol. Él me siguió.
  —Fuera —mascullé mirando la hierba que estaba por todas partes.
  —Me parece que no. —Levanté la mirada hacia él y le vi sonreír. "Éste tiene un serio problema", pensé—. Nos podemos ir si quieres.
  —No me quiero ir, quiero que te vayas tú. Es simple. Sencillo. Claro. ¿Lo entiendes ya?
  —¿No te caigo bien? —me preguntó soltando un bufido mientras se sentaba a mi lado. Puse los ojos en blanco—. Pero si todo el mundo me adora.
  Me mordí el labio para, muy a mi pesar, no sonreír.
  —Debe ser por tu fantástico sentido del humor, sí.
  Él rió y se levantó.
  —Ya, bueno, ¿nos vamos?
  Necesitaba mi cama. Necesitaba un libro. Necesitaba dejar de existir. Necesitaba a mis amigos. Necesitaba irme.
  Al final me puse en pie también.
   —Por favor.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Impotencia.

Todos los días te veo llorar. Un trozo de mí se parte cuando roda una lágrima por tu mejilla. Y lo que más me angustia es que no puedo evitarlo, que no puedo hacer nada. Te ayudo cuando ni yo misma puedo ayudarme, lo sé, pero quiero hacerlo, no sabes cuántas ganas tengo de poder hacerlo, pero es inútil. Lo único que puedo decirte es que lo siento y te quiero.
Y eso no cambia absolutamente nada.
Tú sigues sufriendo.
Y yo contigo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Lo ha conseguido.

Los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa en la cara. Por fin, piensa, me voy de aquí. Se aleja de todo lo malo, de lo que le hace daño. De esa gente, de ese lugar. Ante ella se extiende toda una ciudad llena de oportunidades de ser feliz, de ser por fin quien es. El camino ha sido largo, pero lo ha conseguido. Ríe como una loca y llora por fin de felicidad. Tenía miedo, pero ha comprendido que era un estupidez sentirlo, que lo que viene ahora es mucho, muchísimo mejor que lo anterior. Ha logrado irse, perseguir sus sueños y eso, sin lugar a dudas, es lo que ella más deseaba.


jueves, 12 de septiembre de 2013

Las manos me tiemblan. Decís que no tengo por qué tener miedo, pero lo tengo, mucho, pero no quiero que lo sepáis. Porque esa soy yo, ¿no?, la que nunca llora, la piedra sin sentimientos. La que por más cosas que le pasen sigue cabreada, la que no le importa lo que los demás sintáis, la que os amarga la existencia.
Bueno, tal vez sea así y vosotros me conozcáis mejor que yo misma. De todas formas, gracias por hacerme sentir la mayor mierda del planeta.

Ya ni me recuerdas.

Es curioso qué rápido pasa el tiempo. Hace unos años éramos uña y carne, ¿te acuerdas? Y ahora ni siquiera hablamos. Desde entonces he leído poemas, cartas de amor, frases inacabadas esperando a que el destinatario vuelva, y me he dado cuenta de que tú has sido la única persona con la que creí sentir algo parecido a todo lo que escriben esas personas, ya sabes, las mariposas en el estómago. Pero fui cobarde y no te dije nada, como he hecho toda mi vida. Callé y ahora me pasa factura; ya ni me recuerdas. Supongo que fui la niña pequeña que jugaba contigo después de clase, la que no se enteraba de nada y le ocultabais todo. Pero, ¿sabes?, no era pequeña, para nada. Me dí cuenta de todo, absolutamente de todo. De cómo te marchabas. De cómo te alejabas. Y ahora te digo que me parece bien. Por fin me lo parece. Al fin y al cabo, algunas personas no están hechas para ser amigas. Y mucho menos algo más.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Ya no estaba y tampoco volvería.

Encontró la nota encima de la mesita de noche. La habitación aún conservaba su olor, pero no notaba su presencia por ningún lado de la casa.

      "Lo siento. El dolor ha podido conmigo y me he ido. Me dijeron que era fácil y... Dios, lo que quería creerles. Pero no pude. No sé si fue pasarlo tan mal lo que me lo impidió, pero hace mucho que no consigo poner una sonrisa que no sea falsa, algo que demuestre que me gusta vivir, que lo disfruto. 
      Nunca os lo he dicho, pero me han insultado. De hecho, si no me hubiera ido, me habrían insultado hoy también. Porque nunca seré lo suficientemente buena. Ni guapa. Ni delgada. Nada, eso es lo que soy, eso es lo que siento. Ya ni recuerdo la última vez que recibí palabras alentadoras que me ayudaran a seguir, a levantarme. Sólo recuerdo el oscuro agujero en el que estoy metida y del que no consigo salir. Lo difícil que se me hace no querer perderme y que no me recuerde nadie, porque a veces también noto que ya ni os importo.
      Os preocupáis por mi lo justo, los estudios, que coma. Pero yo no quiero comer y tampoco tengo fuerzas para estudiar. Quiero dormir para siempre, que nadie me despierte. 
      Odio el instituto, la gente que hay en él. Sus caras que me sonríen burlonas, sus bocas que sueltan palabras feas dirigidas hacia mi persona. No lo aguanto. No sé si lo recuerdas, pero te pedí ayuda. A ti y a él. Y dijisteis que exageraba. Ahora que no estoy, espero que lo entendáis. No es vuestra culpa, es la mía por creer cosas que no eran, que todo es pan comido. Aunque no lo sea.
      Nunca te he dejado verlos, pero tengo cortes en las muñecas. Cojo la cuchilla cuando no aguanto lo que me grita la cabeza, lo que me pide que haga. Y por última vez la escucharé y no le haré caso. Tal vez tú seas feliz, pero yo no. 
      He vomitado. He sentido cómo la comida subía y después no he podido sino echarme a llorar por lo que estaba haciendo, porque siento que no me lo merezco, pero ellos me hacen pensar que sí. Me voy de este mundo como vine: llorando. Siento que la tinta se haya corrido, pero me ha entrado miedo de lo que vendrá a continuación. Miedo de si volveré a sufrir. Siento haber sido tan mala hija y el monstruo más horrible que hayáis conocido."

Las lágrimas corrían por sus mejillas al darse de cuenta de que ya no estaba, de que no volvería.

Gritos silenciosos.

Todo lo que me he callado, lo que no he dicho en voz alta, me persigue por las noches. Todas esas palabras retumban en mi cabeza y me impiden dormir, es como si fuera a explotar, porque, sí, quiero gritar, no sabes las ganas que tengo de hacerlo, lo que lo necesito. A vosotros, que no os enteráis de nada. A ellos, que me lo echan en cara. A mí, por ser tan estúpida y no darme cuenta antes. Gritos es lo que quiere salir de mi pecho y lo que suelto son bocanadas de aire porque me falta. Y tengo miedo y no te das cuenta. Y me cabreo por lo mismo, porque no puedo hacerlo, porque quiero gritar y no puedo... quiero pedirte ayuda por última vez antes de caer de nuevo, antes de rendirme. Y no puedo hacer nada más que enfadarme. Contigo. Con ellos. Conmigo misma.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Me he rendido.

He comprendido que no se puede conseguir todo lo que se quiere, que aunque lo desees con todas las fuerzas del mundo, puede no pasar. He dejado de intentar hacer lo que ellos quieren, me he cansado. Desisto en mi intento de gustarlos, porque ¿qué gano yo con ello? Quiero que deje de importarme vuestra opinión, que dejéis de importarme vosotros, las personas que me hacen daño. Quiero que me dejéis de utilizar, de verdad, no lo aguanto. Cerrar los ojos y olvidarlo todo, por favor. Volver atrás en el tiempo y rehacer lo que no hay forma de cambiar. No puedo más, no resisto, ¿no lo entiendes? No hay más lágrimas que derramar ni gritos que salgan de mi garganta, nada. Quiero ser fría, hacer lo mismo que vosotros hicisteis y siguis haciendo conmigo. No más. No, ahora no.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Capítulo 1.

  "Nos mudamos." Así, de sopetón, me lo había soltado mi padre la noche anterior. Yo, obviamente, estaba alucinando. Había vivido toda mi vida en Monte Perdido y ya contaba con terminar el instituto allí, graduarme y, quién sabe, casarme tal vez con alguien de aquel sitio. Pero no.
  Me esforcé por mentalizarme mientras metía las pocas cosas que me pertenecían, que eran sólo mías y no enseñaba a nadie, en cajas. "Raquel me regaló esto", me recordé a mí misma cuando cerré con celo la caja en la que iba un diario que hacía empezado hacía años en el que sólo escribía chorradas. Tiempo atrás, comenzaba con un "Querido diario: hoy me ha pasado algo genial", pero a medida que crecía lo que escribía iba siendo más deprimente, así que lo dejé, como hacía con casi todo lo demás.
  Nunca me había mudado, pero la idea empezó a aterrorizarme. Sitio nuevo, casa nueva, gente nueva. La última parte era la que más me asustaba. Podríamos decir que yo era lo que mi familia llamaba antisocial. No era que no me gustara la gente, pero yo tenía mi círculo de amigos y no se me daba bien tratar con gente que estuviera fuera de éste.
  Carlos entró corriendo en mi habitación mientras yo me levantaba para ir en busca de más cosas. Tenía el ceño fruncido y los brazos en la cadera como hacía cuando estaba enfadado.
  —Mamá ha dicho que nos vamos mañana —masculló mirándome fijamente desde la altura de mi estómago. Abrí los ojos desmesuradamente.
  —¿QUÉ? —No pretendía gritar, pero el tiempo se me estaba echando encima y no lo soportaba. ¿Mañana? Pensaba que sería más tarde.
  Carlos salió corriendo hacia el salón y yo me quedé sola, paralizada.
Nos mudábamos a Santa Tricina, a cientos de kilómetros de allí. Había visto fotos y debía reconocer que, muy a mi pesar, era bonita. Nuestra casa era de dos plantas y tenía un jardín enorme con columpios. En Monte Perdido vivíamos en un piso, así que irnos allí suponía toda una diferencia.
  Olvidándome de lo que estaba haciendo, corrí en busca de mi madre. La encontré en la cocina guardando comida en una bolsa. Cuando entré levantó la cabeza y me miró sorprendida por mi nerviosismo. Irnos mañana significaba no poder despedirme, marcharme sin que nadie se diera cuenta.
  —¿Mañana? —casi gruñí—. ¿Nos vamos mañana?
  Mi madre frunció los labios al entender qué me ocurría. Se levantó lentamente y caminó despacio hacia mí.
  —Sí. —Y, antes de que pudiera contestarla, añadió—: Han sido los del trabajo, han adelantado el traslado y tu padre tiene que estar allí mañana mismo. —Me miró sin mostrar ninguna emoción—. Lo siento.
  Me marché porque sabía que no podía hacer nada. Mis padres estaban teniendo una crisis y si para estar juntos teníamos que mudarnos, lo haríamos. La familia unida, solía decir mi padre.
  A la mañana siguiente nos levantamos temprano. El sol aún no calentaba cuando dejamos atrás lo que yo antes llamaba "hogar". Mi padre no cesaba en su intento por que nos emocionáramos por la nueva casa. Cuando, después de cuatro horas de viaje, aparcamos delante de ésta y bajamos las maletas, pues el camión de la mudanza llevaba las cajas, miré furibunda a mi padre y él bufó.
  —Te va a gustar, lo sé —dijo andando hacia la gran casa que se extendía ante nosotros.
  —Seguro... —murmuré por lo bajo.
  Dos horas más tarde la casa estaba limpia y las maletas en nuestras respectivas habitaciones. La mía era la segunda más grande, en el lado este de la casa. Mi balcón daba a la casa de al lado (exactamente igual a la nuestra) y la cama que habían dejado era de matrimonio. Me tumbé sobre ella y miré el techo. Mi padre se había ido a hacer una excursión a su nueva oficina y mi madre y mi hermano estaban comprando, así que estaba sola. Lamenté de inmediato no haber ido: la casa me daba miedo. "Ojalá tuviese un perro o algo", pensé compungida. Me levanté y corrí hacia el jardín trasero. Fuera el sol de junio me calentaba la piel y corría una pequeña brisa que me movían los mechones que se me habían salido de la coleta. Me dirigí hacia los columpios y me senté. Comencé a moverme cuando escuché un sonido cerca de mí. Paré de balancearme y observé mi alrededor; la puerta estaba abierta, como yo la había dejado, al igual que las ventanas. ¿Me estaba imaginando cosas? Pero cuando vi aparecer a una figura alta por el rabillo de mi ojo, no pude evitar gritar.
  —¡Eh, tranquila! —oí que decía una voz grave mientras yo entraba en pánico y buscaba con la mirada alguna puerta por la que escapar. "¡Violadores! ¡Asesinos!", grité en mi interior, y me sentí estúpida al darme la vuelta y encontrarme con un chico y una mujer que supuse que era madre de éste. Noté como me ruborizaba por mi para nada acertada reacción—. Te dije que no era buena idea venir a saludarlos. Ésta parece loca —masculló el chico a la mujer. Yo fruncí el ceño. ¿Lo había dicho a sabiendas de que le iba a escuchar? "Capullo."
  La mujer avanzó unos pasos hacia mí después de echarle una mirada recriminatoria a su hijo.
  —Hola. Sois los nuevos vecinos, ¿verdad? —Asentí sin atreverme a hablar después de haber hecho el idiota—. Bueno, me llamo Rosa y éste —señaló a su hijo con el ceño fruncido— es Jorge. Hemos venido a saludaros. Hacía años que no había gente nueva aquí. —Me sonrió y yo hice un esfuerzo por no salir corriendo. ¿Desde cuándo la gente venía a saludar a sus vecinos? "Muy de campo", me dije.
  —Patri —le contesté con una pequeña sonrisa, y ella ensanchó la suya.
  —Y ¿están tus padres? —preguntó mirando hacia la casa. Inconscientemente, aún sabiendo la respuesta, miré en la misma dirección.
  —No —dije—, pero si queréis entrar a esperar... —Algo me decía que no les dejara pasar, pero no hice caso. La mujer era de mis estatura y tenía el pelo castaño y corto. Me miró con sus ojos verdes y me ablandé un poco. Con un hijo como el que tenía, lo menos que podía hacer era invitarla a entrar.
  El chico entró con el ceño fruncido mientras su madre murmuraba algo que no llegué a oír. Les hice pasar al salón y miré a cualquier parte menos a ellos. Los de la mudanza traerían todo al día siguiente y sólo había un triste sillón diván para que utilizáramos hasta mañana. Levanté la mirada y pillé al hijo mirándome. Me sacaba por lo menos una cabeza. Tenía el mismo color de pelo que su madre, pero sus ojos eran grises. Fruncí el ceño cuando apretó la mandíbula y miró hacia otro lado. "Dios, qué guapo", pensé muy a mi pesar. "La estupidez le quita belleza", me tuve que recordar a mí misma.
  —Los muebles los traen mañana. —No sé por qué dije eso, pero lo dije. Cuando estaba nerviosa siempre decía tonterías.
  Rosa alejó la mirada de las paredes y me miró sonriente.
  —Os habéis mudado hoy, ¿verdad?
  —Sí —su hijo me estaba mirando otra vez, así que me centré en ella—, necesitaban que mi padre estuviese aquí hoy mismo —dije citando las palabras de mi madre.
  —Oh, ¿os habéis mudado aquí por el trabajo de tu padre? —preguntó. "Maruja", no pude evitar pensar.
  —Sí. Trabaja en una empresa de ventas de no sé qué y le han dicho que si no se mudaba le tendrían que echar. —¿Por qué estaba diciendo eso? ¿Por qué nadie me paraba? Si antes parecía estúpida, ahora creerían que era imbécil.
  Rosa se rió.
  —¿No sabes en qué trabaja tu padre? —Noté cómo me ruborizaba y miré hacia otro lado. "¡Dios" ¿Por qué soy tan idiota?"—. Y ¿sabes ya a qué instituto vas a ir?
  —No, aún no —contesté haciendo un esfuerzo por mirarla, aún notando la mirada de su hijo encima—. Cuando la casa esté lista arreglaremos eso.
  —Claro, claro. —Asintió despacio.
  Podría decir que esos fueron los diez minutos más largos de mi vida, que fue lo que tardaron mi madre y Carlos en volver. Rosa se pasó el resto del tiempo hablando en voz baja con su hijo, dejando por fallidos sus intentos por entablar conversación conmigo. Presenté a mi madre a Rosa y viceversa y subí a mi cuarto con las excusa de que iba a buscar algo. Llevaba dos minutos tumbada en la cama con la puerta entreabierta cuando escuché unos pasos cerca de ésta. Levanté la cabeza y ahí estaba el idiota de turno. Le echó una mirada despectiva a mi cuarto y por último la posó en mí. Yo fruncí el ceño y me incorporé para hacerle frente.
  —¿Qué? —le espeté.
  Él se irguió y yo me levanté de la cama.
  —¿No estabas buscando algo? —preguntó en tono burlón, y yo fruncí los labios.
  —Sí.
  Silencio.
  —Y ¿bien? ¿Qué estabas buscando? —preguntó todavía en la entrada.
  —¿A ti qué te importa? —Le acababa de conocer y ya me caía mal. "Genial, como toda la gente de aquí sea igual lo llevo claro."
  —¿A mí? —masculló soltando un bufido—. Nada, pero mi madre insiste en que te enseñe todo esto y como tu madre está de acuerdo, no tengo escapatoria. —Me mostró una sonrisa torcida—. Vamos, ermitaña, tienes que salir.
  —Pero ¿tú eres...?
  No me oyó, ya había bajado escaleras abajo y por la rapidez de sus zancadas apostaba a que ya estaba en el salón de nuevo.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Déjame marchar, por favor.

Dije que no una y otra vez, lo repetí hasta la saciedad, pero ahora estás aquí de nuevo. Odio admitir que te he echado de menos, que te necesito conmigo, que quiero que te quedes, porque eso significaría que no aprendo de mis errores, que vuelvo a confiar en quien un día me traicionó, en quien me hizo daño y me hizo sufrir. Y, sin embargo, un par de palabras bastan para trasladarme a otro sitio en el que valía todo con tal de sonreír, aunque me pasara las noches llorando. Y lo odio.

Lo ha vuelto a sentir.

Tus brazos han vuelto a recorrer los suyos, los has posado en su cintura. Tus dedos le han hecho cosquillas y tus labios han vuelto a besar su cuello. Tus caricias han vuelto a acelerar su respiración y ha sido incapaz de pensar con claridad. La has apretado contra tu pecho y le has prometido que volverá a ser como antes. Tu voz ha sido lo último que ha escuchado antes que qudarse dormida a tu lado. Vuestras respiraciones se han entremezclado hasta tal punto que ya no sabíais cuál era de cada uno.
Y, de nuevo, ahí dentro, lo ha vuelto a sentir.