La miro a los ojos y no la reconozco. Ese terror en sus pupilas, sus manos temblando. Y sé lo que siente, lo que sentimos todos: miedo. Porque la vemos tirada en el suelo, sollozando, aullando de dolor..., cuando nunca se ha quejado.
Vuelvo a levantar la vista hacia ella y la contemplo largo rato y, aunque pasarán más cosas malas en el futuro, sé que jamás, por nada del mundo, querría volver a ver esa mirada.
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