Traductor

miércoles, 28 de mayo de 2014

Como Leonor para Machado, tú para mí.

Siempre he pensado que escribir es algo maravilloso. No lo que escribes, sino el hecho en sí. No sabes la cantidad de cosas bonitas que he leído que me han recordado a ti. Todos esos poetas que juraban morir por su amada, que pregonaban en cada papel que la adoraban, que manchaban sus dedos con tinta, porque con cada palabra venía una y después otra, y otra, y otra más. Cuántas veces pensé de pequeña cómo sería sentir lo que sentían ellos, esas ganas de ver a una persona tanto tiempo como fuese posible, no cansarte nunca de ella. Sí, me parecía bonito.
Y estúpido.
¿Para qué quería complicarme la vida con alguien pudiendo ser feliz sola? Pero ¿cómo iba a saber yo que en cuanto pasas un rato con él acabas escribiendo hasta las tantas para no terminar hablándolo a él? Tampoco sabía que por mucho que besara a otras bocas mis labios iban a seguir deseándole a él, pero supongo que nadie lo sabe hasta que lo vive.
Y llega el verano y yo sigo inmersa en los retazos del inverno, donde me cogías las manos para que no pasase frío y me dejabas tu chaqueta a la mínima señal de un escalofrío. Donde me acogías en tus brazos y me abrazabas durante largos ratos, resguardándome del tiempo glacial de allá fuera. Aunque, nunca te lo dije, pero no sentía frío; de hecho, nunca había notado tanto calor, y ni menciono cuando posabas tus labios sobre los míos helados, o en mi cuello, o en mi espalda.
Todos los que hubieran estado en mi situación habrían acabado como yo, así que un "¿por qué?" jamás escapará de mí. Al fin y al cabo, como tú dijiste un día en broma, sin saber lo realmente cierto que podía llegar a ser esa frase, cualquiera se enamoraría de ti.
Porque aún no se qué es esa palabra con a mayúscula, pero si alguna vez he sentido algo aunque sea parecido, ha sido por ti.

lunes, 19 de mayo de 2014

El tiempo continúa pasando y sigo sin saber qué palabras escoger. Tal vez éramos... como olas, sí. Podíamos estar tranquilos y de repente echos una furia. Nos revolvíamos y calmábamos en décimas de segundo.
Porque supongo que ese era nuestro estilo.
Tú te reías y yo me enfadaba; me sonreías y yo me aplacaba.
Y sin saberlo seguiste haciendo huella en mí, cada vez más hondo.
Hasta que llegó un día en el que no te pude sacar de mi cuerpo.
Dicen que estamos formados por fragmentos de otras personas, que cogemos partes de ellos.
Puede que sea como soy ahora por ti, porque, aunque te fuiste, me dejaste algo, y eso que pensé que me habías abandonado privándome de todo.
Después de tu marcha vinieron los días grises, las noches tirada en la cama. Aunque tú, por supuesto, no lo sabes. Pero una pequeña parte de mí, esa tan sumamente masoquista, esperaba que volvieras.
Tal vez lo enfoqué mal. Te fuiste, sí, pero me legaste algo bueno: recuerdos.
Recuerdos fantásticos en los que estábamos tú y yo; nosotros.
Y puede que eso sea lo único que vuelva a tener de ti, pero no me arrepiento.