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domingo, 26 de mayo de 2013

Nottintreed (sin terminar)

 Las noticias corrían como la pólvora en Nottintreed. Era por eso por lo que prácticamente toda la ciudad sabía de la desaparición de Lil Watson unos minutos después de haber ocurrido. Su madre, una mujer que siempre parecía estar en un estado de demasiada tranquilidad para ser normal, pidió ayuda a gritos a las cuatro de la mañana, después de que a sus pastillas se les pasara el efecto, al darse cuenta de que su hija de siete años no estaba durmiendo en su cama como ella pensaba, a pesar de que no la había visto desde el mediodía, aunque ella no lo recordara.
El coche de policía llegó una hora después, cuando por fin la vecina de los Watson, la señora Carlton, consiguió tranquilizar a la madre de Lil y ésta le contó lo que había ocurrido al borde del llanto.
—¿Cuántos años tiene su hija? —preguntó el agente de policía, un hombre fornido con el pelo negro hasta los hombros.
—Si-siete —contestó la señora Watson, mientras su patio se llenaba de gente a la que, como pensaba ella, seguramente no le importaba su hija. Frunció el ceño—. Pero ella nunca se escaparía, nunca haría eso…
<<Claro>>, pensó el agente, <<ninguno de estos mocosos se escaparía nunca, como siempre>>.
Tomó nota de lo que le dijo la mujer y volvieron a la comisaría a por más policías. La señora Carlton acompañó a su vecina dentro de su casa y esperaron noticias.
Pero nadie llamaba, y la desesperación llenó el cuerpo y la mente de la señora Watson, haciendo que le fuera casi imposible estar sentada en el sofá sin hacer nada; haciendo que diese vueltas por toda la casa; haciendo que el nerviosismo fuera contagioso y que la señora Carlton acabara de pie andando de un lado a otro y, finalmente, haciendo que la madre de Lil, enfundada en una chaqueta, saliera en busca de su hija, gritando su nombre por la calle, uniéndosele, después, más voces que llamaban a la niña, que, según decían los telediarios, se había perdido el 27 de julio en Nottintreed a las cuatro de la madrugada.


Algo brillaba en la oscuridad. Lil lo vislumbró en a lo lejos. En el colegio le habían dicho que los cosas brillaban bajo la luz de la Luna, y si se movía sería por el viento. Pero no tenía tiempo de preocuparse de cosas como esas, pensó, aún llorando, mientras bajaba la mirada al objeto de metal que le atravesaba la pierna y no le dejaba moverla. Ella ya había visto cosas como esas en los dibujos, cuando Tom intentaba atrapar a Jerry. Trampa, le había dicho su madre que se llamaba. La palabra rondó por su cabeza. ¿Cómo tenía que quitarse la trampa? En los dibujos, Jerry siempre conseguía salir de ellas, pensó la niña, pero él no lloraba y tampoco parecía que le doliese.
Pero a ella sí.


Los agentes de policía buscaban por los alrededores. Unos iban en coche, otros, a pie. Los vecinos se habían solidarizado y corrían de un lado para otro buscando a la niña.
La señora Watson había decidido buscar en el parque al que la llevaba cuando era más pequeña. El columpio rojo, el tobogán amarillo y el balancín azul, lugares en los que Lil se había columpiado, por los que había saltado o brincado; lugares en los que había llorado cuando a la señora Watson la llamaron del Ejército, después de que Michael hubiera pisado accidentalmente una mina y hubiera volado en pedazos, y su mujer de lo había tenido que contar a su hija porque no podía disimular las lágrimas que le cegaban los ojos y le impedían ver cómo Lil la rodeaba con sus pequeños brazos mientras le decía que no llorase.
En el parque había una mujer con un bebé en el tobogán. Cuando la vio acercarse mirando a todos lados menos a ella, la llamó por su apellido. La señora Watson se giró enseguida.
—¡Hola! —exclamó la mujer, cogiendo a su hijo y aproximándose a ella. La mujer se imaginó las pintas que debía tener, con el pelo revuelto, en pijama y con ojeras por las pastillas y las noches sin dormir, pero no le importó. La madre del niño sonrió apenada cuando la señora Watson la miró—. Siento muchísimo lo de su hija.
Su madre no sabía qué decir. ¿Gracias? ¿Qué demonios se decía en esos casos?, pensó, todavía enfadada consigo misma.
—Me preguntaba —dijo la mujer— si le importaría que la ayudase a buscar a Lil. —La señora Watson la miró sorprendida. Nadie antes le había peguntado si quería que la ayudasen—. Tranquila, no soy una loca ni… Bueno, la conozco, es una niña encantadora siempre juega con Daniel —señaló a su hijo cuando pasa delante de mi casa. Con la edad que tiene es muy inteligente. Y siempre habla de usted… Quería conocerla y, aunque las circunstancias no sean buenas, me alegro de hacerlo. Me llamo Rose. —Le tendió la mano.
La señora Watson se la estrechó sin miramientos con lágrimas en los ojos.
—Llámame Claire, por favor.


Daniel estaba sentado en su carrito. Rose se lo había comprado el mes pasado porque había crecido demasiado para el antiguo. El nuevo era verde y tenía un cinturón negro que se enganchaba desde abajo. Claire lo miró y no puso evitar pensar en Lil, quien había ido en uno de esos carros hasta hacía unos años. << Ya soy mayor >>, le había dicho con una de sus sonrisas más deslumbrantes, <<no me hace falta>>, y su madre la había mirado orgullosa. En ese momento lo recordó con tristeza. ¿De verdad quería que su hija creciera?
Rose miró a Daniel y suspiró.
  —Ya te has quitado el cinturón otra vez, ¿verdad? —murmuró mientras se lo abrochaba de nuevo. Claire sintió envidia: la mayoría de la gente no apreciaría aquel gesto, pero Lil no estaba ya con ella y habría dado cualquier cosa por que volviera.



La herida de la pierna le parecía más profunda. Lil intentó por enésima vez quitarse la trampa, pero sus pequeñas manos apenas tenían fuerza para abrirla durante más de unos segundos. Lo había intentado tantas veces que sentía cómo el objeto le perforaba el músculo y que en breve llegaría a tocarle el hueso. Pero seguía siendo positiva; mamá la encontraría, la abrazaría y le diría lo orgullosa que estaba de ella por haber aguantado aque dolor sin apenas soltar unas pocas lágrimas.
Sí...


—La niña de 7 años, Lil Watson, de Nottintreed continúa desaparecida. Si la han visto, llamen al número que aparece en pantalla.
Claire observó la fotografía de la función del colegio de su hija desde fuera de una tienda de electrodomésticos a la que solían ir. En cuanto el dependiente de la tienda la divisó en la calzada, corrió hacia ella y le repitió hasta la saciedad cuánto sentía lo de su hija. Rose la miró mientras Claire asentía como ida y se preguntó cómo se sentiría ella al perder a su hijo. Opinaba que a se habría vuelto loca. <<Ella lo lleva demasiado bien>>, se sorprendió pensando, y al segundo lo apartó de su mente. Era su hija.


No debería haber ido, lo sabía, pero era uno de esos días en los que echaba más de menos a papá. Todos los sábados, sin excepción, iban al bosque y le enseñaba los animales y le decía los nombres de las plantas. Pero nunca había ido sola y ese día se preguntó si su padre podría haber estado escondido durante años, esperándola. Con esa idea en la cabeza, se adentró en el bosque Lovegood y lo recorrió de una punta a otra mientras observaba los animales. Cuando ya iba a caer la noche,  tropezó y cayó al suelo. Miró hacia el causante del tropiezo y no pudo aguantar las lágrimas. En ese momento era muy pesimista, así que una idea terrorífica brotó de su interior, haciéndola gritar como nunca antes lo había hecho: no iba a volver a ver a mamá.


—Maron, ¿tenemos el número de la madre de la niña?
El aludido se giró hacia su sargento con el ceño fruncido.
—Sí. Hemos  intentado llamarla, pero no lo coge. Supongo que estará buscando a su hija. —Su superior no pareció muy contento con la respuesta y le ordenó que saliese en su busca.
Esa noche pensaba regresar pronto a casa, cenar algo rápido con su familia y acostarse temprano por la falta de sueño tras haber dos días despierto trabajando en otro caso. Arropado ya hasta las orejas, recibió una llamada de la comisaría que también despertó a su mujer: una niña de siete años había desaparecido.
Ahora, en el coche, el nombre de Lil Watson revoloteaba en su mente mientras conducía mientras conducía hacia la casa de la familia de la niña, con Thompson a su lado. Recordaba haber oído ese nombre antes en algún sitio, pero no acertaba a saber dónde había sido.
Sin casi darse cuenta, la casa de dos plantas de los Watson apareció ante ellos.


La señora Carlton seguía a la espera de noticias. Claire le había pedido que se quedara en casa por si Lil regresaba mientras ella estaba fuera, prometiéndole que llamarla si había alguna novedad.
Mientras daba vueltas de un lado para otro, alguien llamó a la puerta. <<Lil>>, no puedo evitar pensar. Después de haberla visto crecer casi tan de cerca como su propia madre, lo que más deseaba era que volviera. Entonces le vino a la mente el día en que, hacía tres años, Lil le había dicho que ella era su abuela, a pesar de saber que ellas no eran realmente familia.
Con el corazón en un puño, se dirigió hacia la entrada y abrió de un tirón. En el umbral había dos hombres.


—Claire, ¿a qué sitios solíais ir? Quizá Lil esté en alguno de ellos. 
La idea de Rose le golpeó como si le doliese. ¿Cómo no se le había ocurrido?
—El parque. —Pero ahí ya habían estado, por supuesto. Después de haberlo recorrido entero, fueron hacia el centro de la ciudad, donde sólo encontró más gente que decía que sentía lo de su hija, aunque ninguno parecía por la labor de ayudar. El botecito de las pastillas le llamó más que nunca—. Hay un restaurante de comida rápida calle abajo. Solíamos ir allí todos los miércoles. —¿Por qué hablaba en pasado?
—Vamos, pues, quizá esté allí.
Claire hubiera notado el titubeo de su voz a kilómetros.


Al llegar a la casa, la mujer que había llamado a la comisaría, la vecina de la señora Watson, la abrió la puerta. Cuando Maron le preguntó si sabía dónde se encontraba la madre de la niña se echó a llorar. En su profesión le habían enseñado a tener sangre fría, pero al recordar por fin de qué le sonaba el nombre de Lil Watson, no pudo evitar acercarse a la mujer, rodearle los hombros con un brazo e instarla a que pasara dentro.
El invierno de hacía cuatro años, cuando no estaba de servicio, Maron recibió una llamada que le haría faltar al trabajo durante una semana, llamar a toda su familia y llorar a solas durante noches en la intimidad de su cuarto: su hermano pequeño, Louis, había muerto. <<Decenas de cadáveres>>, había acertado a asimilar de la conversación, <<su hermano está entre ellos. Lo sentimos>> . Y claro que debían sentirlo, pensaba, ¿cómo no iban a estar preparados para un ataque sorpresa?
Una semana después, el sábado, el Ejército organizó el funeral de los caídos. Margaret le cogió del brazo en mitad de la ceremonia, cuando escuchó el nombre de su hermano y mostraron su ataúd. Entonces la vio: una niña menuda con el pelo rizado que se abrazaba a su madre a la altura de sus piernas mientras miraba el ataúd del que debía ser su padre, en la otra punta del sitio en el que se encontraba. Sus miradas se cruzaron y la niña sonrió a pesar de que unas lágrimas surcaban su rostro; Maron apartó la mirada.
Cuando terminó la ceremonia, cada uno se dirigió hacia el lugar donde descansaba su familiar. Maron le dijo a su mujer que se fuera con los niños y que él volvería más tarde. Se quedó en frente de la tumba, hablando consigo mismo, mentalizándose de que ahora debería continuar con su vida, cuando la niña se acercó andando despacio.
—Hola —dijo en tono alegre. Maron divisó a su madre a lo lejos y miró a la niña extrañado. 
—Hola.
—¿Quién es? —preguntó mirando la tumba, y Maron tragó saliva.
—Mi hermano.
—Yo he perdido a mi padre —el tono que utlizó sorprendió al policía, como si fuese lo más normal del mundo—, pero sé que me vigila desde allí. —Señaló el cielo—. Aunque aun así le echo mucho de menos. ¡Seguro que tu hermano también nos está escuchando ahora! —Le brillaron los ojos y suspiró profundamente—. Al menos ya no sufren. Ya sabes, por la guerra. Aunque los que seguimos aquí lo hacemos por ellos. —Las palabras de la niña hicieron que se le encogiera el corazón—. Mamá ahora llora siempre y casi no sale de su habitación. A veces Bu-bu tiene que venir a prepararnos la comida porque mamá no quiere salir de casa, pero no importa. Ahora que papá no está tengo que cuidar de mamá y mientras ella llore, yo le haré sonreír. ¡Y tú tienes que sonreír también! —Una sonrisa triste se dibujó en su rostro—. Papá siempre decía que si sonríes contagias a todo el mundo, como en el bosque, que nuestras risas tienen eco y los pájaros cantan...
—¿Cómo te llamas? —Le preguntó de rodillas frente a ella, imnotizado por sus palabras.
—Lil. Papá y mamá me lo pusieron porque cuando era un bebé era muy pequeña. Lil Watson, ¿te gusta? —Sonrió, y Maron no pudo evitar haer lo mismo.
—Muchísimo.

La señora Carlton necesitó varios minutos para serenarse cuando llegaron los policías. Tenía tantas esperanzas en la persona que llamaba a la puerta que no pudo evitar echarse a llorar cuando descubrió quiénes eran en realidad.
—No lo sé —contestó cuando el policía del pelo negro le preguntó dónde se encontraba Claire—, dijo que me llamaría si había noticias.
—¿Sabe si lleva el teléfono móvil encima? —inquirió su compañero, tenso, mirando las lágrimas que se estaba enjugando la señora Carlton. Era más joven que el otro y el cabello castaño le llegaba hasta las orejas. Se pasó una mano por él y entornó los ojos cuando la mujer asintió—. ¿Puede darme su número?
La señora Carlton fue en busca de teléfono móvil, que había dejado encima de la encimera por si Claire llamaba y les dijo a los policías los X dígitos con voz temblorosa.
Una vez más calmada, cuando los policías ya habían regresado a la comisaría después de comentarla que si neesitaba algo les avisase, se dirigió al baño a lavarse la cara. ¿Cómo podía haber llorado delante de ellos?, se preguntó mirándose al espejo. Observó las patas de gallo que le habían salido con los años y frunció el ceño. Le había enseñado a Lil que jamás debía llorar, que tenía que ser fuerte, pero ¿a quién quería engañar? Todos necesitaban llorar alguna vez, no era una forma de mostrar debilidad. ¿Desde cuándo decía esas cosas? ¿Por qué le había dicho eso a Lil? No pudo evitarlo: recordó a Frank, que había sido asesinado hacía ya 10 años, y se le humedecieron los ojos una vez más. Se había prohibido llorar desde que el asesino de su marido le hubiese visto hacerlo y se hubiese reído. Pero todos lloraban, se recordó de nuevo. Su cerebro se puso en su contra y se imaginó que Lil no volvería. Notó dificultad al respirar y el corazón se le aceleró. Sintió un leve dolor en el brazo izquierdo, pero lo atribuyó al cansancio; no pensó que en dos minutos dejaría de dolerle, que las lágrimas le caerían a una velocidad de vértigo tras entender lo que ocurría y que no llegaría al teléfono, que lo de Lil la superaba, que no podría aguantar otra pérdida. Tiró al suelo todos los productos que había encima del lavabo tratando de mantenerse en pie y aterrizó en el suelo con los ojos cerrados. Lo último que vio fue la cara de Frank sonriendo. <<Te echo de menos>>, murmuró por lo bajo, y todo se volvió negro.


Cuando miro atrás, muy, muy atrás, cuando aún era una niña, siento nostalgia. Siempre estaba sonriendo y cualquier cosa me ponía contenta; ahora es todo lo contrario. Tengo impulsos de llorar a cada rato, veo injusticias que no son denunciadas por todos lados. Y me pregunto "¿qué puedo hacer yo?" Bueno, ya he encontrado una respuesta para eso: nada, absolutamente nada. ¿Quién va a creer a una niñata inmadura que sólo piensa en ella misma, que no tiene problemas, que llora a escondidas para llamar la atención?
Ahora vendrían los típicos comentarios de que me creo mayor. No, quizá no sea adulta, pero tampoco soy ya una cría. Me han obligado a madurar antes de tiempo y quizá por eso ahora veo inmadurez por todas partes. Sí, he conocido a gente que no era para nada inmadura, pero poca ha sido, y ya estoy harta. No tendría por qué aguantar a gente tan idiota y estúpida.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Y tú estabas ahí, conmigo. ¿Dónde quedó todo eso? Los besos, los abrazos inesperados, las sonrisas, las miradas. ¿Por qué dejaste que me alejara? ¿Cómo te pudo dar igual?

martes, 14 de mayo de 2013

"La mejor época de tu vida", dicen.

Últimamente tengo muchos altibajos. Me han dicho que será por la edad, pero no creo que ser adolescente implique pasarlo mal casi todo el tiempo. O sí.
Porque, no sé los demás, pero yo odio estar triste, tener ganas de que termine todo de una vez, querer que me olviden para que me dejen en paz.
Quiero olvidar las palabras falsas que salen de su boca y los insultos que salen de las suyas. Quiero que me entiendan, que no me echen en cara todas las cosas malas que he hecho cuando estoy intentando mejorar.

domingo, 12 de mayo de 2013

Lo mismo de siempre.

Apoyarte en una sola persona y que te deje caer. Confiar en ella y que te mienta. Creer sus mentiras y acabar decepcionada.
Siento que de verdad no lo entiendes. No sé si lo intentas, pero, de verdad, no lo haces. No sabes lo que los insultos hacen en mí, lo que me provocan; las ganas de llorar, de acabar con todo, los pensamientos de que no valgo nada, de que ellos tienen razón. No lo entiendes, tú no has pasado por esto.

viernes, 10 de mayo de 2013

A veces pienso que todo va a acabar. Me imagino por un momento que voy a ser por fin feliz, que no voy a tener más problemas, que voy a poder disfrutar el tiempo que paso con la gente que quiero y que no voy a volver a llorar por la noche cuando llegue a casa. Pero entonces vuelven las lágrimas, las ganas de acabar con todo, los momentos en los que inevitablemente me derrumbo. Las ganas de gritar y dejarme la voz por las cosas que no soy capaz de expresar con palabras, porque nadie lo entiende.
No quiero esto, por favor, no me obligues a hacerlo.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Nadie.

Dicen que te quieren y después se van. Todos se van porque ¿para qué quieren a alguien que está rota, que no sonríe, que no es feliz? Nadie quiere a una chica así y nadie la querrá jamás.

lunes, 6 de mayo de 2013

Esa sensación de vacío en el pecho es constante, no desaparece nunca. Nunca.

Y nada bueno pasa.

Estoy harta de estar cabreada, joder. No quiero estar triste, sino levantarme con una gran sonrisa todos los días y estar emocionada por lo que pueda pasar ese día. Quiero que dejen de joderme la vida insultándome, porque mi autoestima ya está por los suelos como para bajármela más. Quiero dejar de estar enfadada, de sufrir, de llorar, de sentirme mal, de asquearme de mí misma, de echar de menos a gente. Quiero que mi madre deje de pensar que soy una mala hija, estar contenta con mi cuerpo y con mi peso, dejar a un lado todas las inseguridades y ser yo misma con los demás. Quiero que mi vida de un giro de 180 grados, que cuando conteste al "¿cómo estás?" ese "bien" sea real. Quiero dejar de llorar todas las noches en silencio. Quiero que alguien me entienda y me ayude a buscar una solución a mis problemas.
QUIERO QUE TODO ESTO PASE, JODER. LO NECESITO.

sábado, 4 de mayo de 2013

Todos los días lo mismo de siempre: salir y colocar una sonrisa falsa en mi cara. Porque, ¿sabéis?, nada va bien y nadie se da cuenta.