Traductor

domingo, 22 de septiembre de 2013

Capítulo 2.

  Formas crueles y despiadadas de matar a mi madre y a Rosa pasaban por mi cabeza en el momento en que Jorge y yo salimos de la casa. Éste tenía la mandíbula apretada y yo miraba al suelo mientras maldecía en mi fuero interno. No quería ver Santa Tricina, simplemente quería tumbarme en mi cama, mirar el techo y deprimirme ante la idea de ser la nueva de la clase. En mi anterior instituto los nuevos alumnos eran recibidos con miradas inquisitorias y murmullos rara vez agradables de oír. Pero, claro, eso no le ocurría a la guapas, delgadas y carismáticas, todo lo contrario a mí. Sobre todo lo último.
  Avanzamos hasta el bosque, a unos quinientos metros de la zona en la que se encontraban nuestras casas. En silencio. Uno muy incómodo. Yo no le miraba y tampoco notaba sus ojos puestos en mí, pero aun así quería salir corriendo de allí. Carraspeé al notar que me atragantaba con mi propia saliva. Él me miró.
  —¿Quieres agua? —me preguntó en tono sarcástico, y yo le miré frunciendo el ceño. Me mostró una sonrisa torcida, provocando que me girara hacia el otro lado. Nos dirigíamos hacia un bosque en el que los árboles tapaban lo que fuera que estuviera al otro lado—. ¿Qué, no hablas? —Al ver que seguía en mis trece y me negaba a entablar cualquier conversación con él, añadió en tono bajo—: Puedes hablar, ¿vale? No muerdo.
  Resoplé y le miré por fin.
  —Eres idiota. —Para mi sorpresa, echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas. ¿Qué narices le hacía tanta gracia?—. Y ahora eres aún más idiota. ¿Se puede saber de qué te ríes? —le espeté molesta.
  —De ti —dijo aún entre risotadas.
  —Pues no soy tan graciosa. —Y apreté el paso.
  Oí a algunos pájaros cantar y no pude evitar sonreír. De pequeña tenía un periquito blanco y azul con el que tarareaba al ritmo de su silbido. Un día, cuando tenía diez años, mi tía Luisa vino a casa y se trajo a su gato. Se comió a mi pobre Pepe. Al recordar eso, me enfadé aún más. Estúpido gato.
  Jorge llegó a mi altura en tres zancadas. Estúpido él, sus piernas y el gato.
  —¿A dónde vas? Si te pierdes me matarán —comentó en tono divertido. Me giré para encararle.
  —Mira, hagamos algo: tú no me hablas y yo te ignoro, ¿de acuerdo? —Me estaba empezando a mosquear.
  —Tengo una idea mejor. Yo me voy a algún sitio lejos de ti y tú a donde te dé la real gana, ¿de acuerdo? —"¡Me está imitando!" No sabía si lo decía en serio, pero aun así caminé hacia la arboleda y me alejé de él. Pasé a toda prisa directa al otro lado del bosque y me encontré con un contraste que me descolocó durante unos segundos.
  Los árboles habían dado paso a una ciudad en miniatura. Dos edificios estaban a la cabeza y los coches corrían como locos de un lado para otro. Una churrería se encontraba justo en frente de mí y, al lado, una peluquería. Anduve por la acera unas cuantas calles hasta llegar a un parque. Atravesé la verja y el olor a pinos llenó mis fosas nasales. "Bonito", pensé boquiabierta. Las flores se encontraban por doquier, llenando mi visión de preciosos colores. Me dirigí hacia un banco y me senté. ¿Qué podía hacer durante todo ese tiempo? Fruncí el ceño preguntándome cómo me podía haber hecho aquello mi madre. La iba a asesinar.
  Observé cómo la gente iba de un lado para otro durante un rato, unos de la mano y algunos abrazados. Una mujer estaba jugando con su hijo y otra balanceaba a la suya en el columpio. Nadie me miraba y me sentía sola. No quería estar allí. De pronto, sentí unas ganas irremediables de llorar, pero, como había aprendido a hacer hacía ya mucho tiempo, me las tragué y di un respingo al escuchar que alguien me llamaba.
  —¡Por fin! —Jorge apareció en mi campo de visión. Con la mandíbula apretada (¿No sabía poner otra cara?) y su penetrante mirada gris estaba puesta en mí—. Te tomas las cosas al pie de la letra, ¿no? —me espetó, y yo le miré desde mi altura. Me interrumpió con un gruñido cuando fui a contestarle—: Era broma. ¿No sabes lo que es una broma? ¿Para qué coño te has ido corriendo?
  Abrí la boca, ojiplática. ¿Me estaba regañando? Me levanté del banco y le miré, ahora furiosa.
  —Deja de gritar. ¿Cómo quieres que capte tus supuestas bromas si siempre estás de cachondeo? —Su ceño se hizo más pronunciado y esta vez fui yo la que le cortó antes de terminar de decir lo que fuera que pensara—. Este rato ha sido mil veces mejor que todos los minutos que he estado contigo, así que vete a la mierda y déjame en paz. Sé volver sola, no soy estúpida.
  —Pues nadie lo diría.
  Ofendida, me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta. ¡Sería gilipollas!
  Noté sus pisadas detrás de mí apenas avancé un par de metros, pero no me giré. Fui directa hasta el bosque por el que había entrado y me senté al pie de un árbol. Él me siguió.
  —Fuera —mascullé mirando la hierba que estaba por todas partes.
  —Me parece que no. —Levanté la mirada hacia él y le vi sonreír. "Éste tiene un serio problema", pensé—. Nos podemos ir si quieres.
  —No me quiero ir, quiero que te vayas tú. Es simple. Sencillo. Claro. ¿Lo entiendes ya?
  —¿No te caigo bien? —me preguntó soltando un bufido mientras se sentaba a mi lado. Puse los ojos en blanco—. Pero si todo el mundo me adora.
  Me mordí el labio para, muy a mi pesar, no sonreír.
  —Debe ser por tu fantástico sentido del humor, sí.
  Él rió y se levantó.
  —Ya, bueno, ¿nos vamos?
  Necesitaba mi cama. Necesitaba un libro. Necesitaba dejar de existir. Necesitaba a mis amigos. Necesitaba irme.
  Al final me puse en pie también.
   —Por favor.

2 comentarios:

  1. Quiero más, más y más! Digo yo que sabrás quien soy mai fren ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En cuanto sea fin de semana escribo más. Por supuesto mon ami :)

      Eliminar