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martes, 23 de abril de 2013

Otra vez.

Miró el suelo ensangrentado y soltó la cuchilla entre lágrimas. Otra vez.
Siempre se decía a sí misma que ese día pararía, que lo solucionaría, que encontraría otra forma.
Pero eso nunca ocurría.
No eran sólo las burlas ni el hecho de no quererse, sino la misma mierda de todos los días, los problemas que parecían no tener solución, el miedo de levantarse otra mañana más, las ganas de no volver a despertar después de haberse dormido. 
Se dijo entonces que le gustaría ser más guapa, más delgada, otra persona; despertar todos los días con una reluciente sonrisa, gustarle a alguien; volver a casa y que su familia la recibiera con los brazos abiertos en vez de a gritos; reír en vez de llorar y no tener que pensar más que en qué ropa se pondrá mañana; poder aprenderse un tema con tan sólo leerlo para que su madre no la llame inútil; mirarse en el espejo y no avergonzarse de lo que ve.
Agarró la cuchilla de nuevo y la hundió más al fondo.
Y deseó por enésima vez desangrarse y morir de una puta vez.

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