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domingo, 25 de agosto de 2013

Todos soportamos los problemas como podemos, pero yo ya lo había soportado demasiado tiempo, me dije mientras me sacaba las lágrimas que ahora surcaban mis mejillas. Había llegado a un punto en el que apenas podía respirar, un persistente dolor se había instalado en mi pecho ante la idea de volver al instituto, ante la idea de volver a verlos. Tres años contado ya, parecía que nunca acabaría, que nunca dejarían de torturarme. Al pasar de curso pensé que todo terminaría, pero siempre estaba en mi clase alguno de ellos, mirándome mal o haciendo gestos soeces, daba igual que los profesores estuvieran delante, daba igual que ya hubieran conseguido que llorase.
Noté cómo el pecho subía y bajaba mientras mi respiración se aceleraba por el inminente llanto que vendría en aquel momento. No podía volver, pensé agarrándome el pelo y apretando los dientes. Cogí la almohada, me la coloqué en la boca y grité con todas mis fuerzas.
Es entonces cuando me vino a la mente un maldito flashback, uno de los tantos que me golpeaban como tortas por la noche, impidiéndome dormir. El peor de todos, el que siempre empezaba, agarrándome del pelo y susurrándome insultos al oído. Llevaba cinco minutos llorando cuando se interrumpió para no parar de reírse en todo el día. Cada noche memorizaba cada nuevo insultos, cada nueva burla; cada sonrisa, cada carcajada. ¿No se cansarían nunca?, me pregunté, y comencé a llorar.

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